domingo, 13 de febrero de 2022

www.elsenderodelsabio.com



Ya está disponible la web de "El sendero del sabio. Las señas del rey", desde ella podéis comprar la novela a través de PayPal o Bizum y recibirla con la dedicatoria del autor. También encontraréis los enlaces directos del canal de Youtube y de la cuenta de Instagram. Adéntrate en el sendero... www.elsenderodelsabio.com




jueves, 12 de agosto de 2021

El crimen del código morse




 EL CRIMEN DEL CÓDIGO MORSE


Emilio giró el picaporte de la primera puerta de la izquierda del pasillo de la librería número cuarenta y e, y se sumergió en el primer relato...


Cuando la familia del difunto conde McCraill me contrató para investigar su muerte, tenía dudas de que hubiera sido asesinado, más aún de que se tratase de una cadena de crímenes que guardaran relación o de que tras ellos hubiera un asesino en serie. Pero la insistencia de la hija del conde, que juraba haber visto a alguien saliendo de la habitación de su padre la noche en que murió, y la charla con el mayordomo, que confirmó los fallos en el funcionamiento de la alarma, despertaron mi curiosidad.


Dos muertes, en Londres y Edimburgo, a leguas de distancia y con el único nexo en común de la coincidencia de ambas familias en eventos y vacaciones de la alta clase británica, circunstancia esta nada fuera de lo normal.


Sin demora centré mi investigación en la relación que unía a lord Kingstry y al conde McCraill. En apenas tres semanas me entrevisté con todos los miembros de ambas familias, y la existencia de un pequeño negocio de alquiler de embarcaciones en el Lago Lomond, en el que ambos fueron inversores, no tardó en salir a la luz. Aprovechando la época estival, me desplacé hasta allí, y entre fiestas privadas y viajes en barco por el lago, no fue difícil encontrar datos sobre el negocio de arrendamiento de navíos, apareciendo el tercer vértice del triángulo, Mrs. Carrington, una adinerada dama escocesa que compartió inversión con los difuntos, pero que no figuraba en ningún documento de forma oficial.


Tras varios intentos, y gracias a la mediación de la hija del conde, conseguí una cita con Mrs. Carrington. Las cinco de la tarde y una taza de té situaban y daban sabor a mi intento de obtener alguna pista. Pero aquella mujer era un muro con falda, con semblante serio y un enorme repertorio de negaciones, esquivó mis constantes preguntas. La dama escocesa despachó con rapidez una conversación por la que no tenía el menor interés. A pesar de ello, no me di por vencido, y aunque fue en la despedida y sin haberle dado datos de los motivos de mi investigación, conseguí captar su atención.


-Si recuerda cualquier dato que pueda resultar de interés, no dude en llamarme, debemos ser precavidos.


Los ojos de aquella mujer cambiaron de expresión por primera vez en toda la tarde, y la despedida fue más cordial que los escasos veinte minutos previos. Cuando salí de allí lo hice con la intuición de que no tardaría en volver a ver a Mrs. Carrington.


A la mañana siguiente, cuando subía a la habitación del hotel tras el desayuno, un aviso en recepción me alertó de que la dama escocesa quería verme de nuevo aquella misma tarde. Puntual como siempre, llamé al timbre a la hora exacta, y fue la hija del difunto conde McCraill la que me abrió la puerta.


-¡Qué sorpresa!


-Discúlpeme por no haberle avisado, pero me encontraba de visita en el lago y me pareció buen momento para informarme de primera mano de sus avances en el caso.


Aunque en aquel momento su presencia me pareció inoportuna, ya que podría dificultar que Mrs. Carrington hablase de aquello por lo que me había hecho llamar, no encontré la forma de impedir su presencia en la reunión, por lo que me senté en la mesa y tomé el primer sorbo de té.


La actitud de la dama escocesa, aunque con algo más de cortesía, distaba mucho de ser elocuente. Parecía que mi última advertencia del día anterior la había atemorizado, parecía nerviosa, y su actitud con la hija del conde era distante, casi evitaba mirarla. En su mano derecha sostenía un bolígrafo de click, cuyo botón situado en su parte inferior, tocaba una y otra vez: click-click-click,  cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click …


En la conversación Mrs. Carrington trataba de justificar por qué su nombre no aparecía en la documentación del negocio de alquiler de embarcaciones, comentaba que su familia no hubiera entendido una inversión así y que por eso tuvo que ocultarlo, aunque de aquello hacía ya mucho tiempo. Entre frase y frase el bolígrafo me martilleaba el oído una y otra vez  click-click-click,  cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click …La mujer divagaba dando datos imprecisos y alargando una conversación improductiva e innecesaria mientras continuaba pulsando el bolígrafo click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click …


Por fin, tras hora y media y cuatro tazas de té, aquel suplicio terminó y pude volver al hotel poco antes de que anocheciera. Después de cenar comencé a revisar la documentación del caso, tras varias vueltas y con el insomnio de la teína como compañero, el sonido del bolígrafo de Mrs. Carrington se clavó en mi mente, click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click... a pesar de lo cual, conseguí fijar mi atención en una extraña póliza de seguro de vida que el banco hizo firmar a los socios del negocio de embarcaciones para concederles un préstamo. Parecía, que aquellas embarcaciones, en realidad eran yates de lujo y que el negocio de los socios aún estaba pendiente de liquidar...click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click.., habría un único beneficiario, pero el documento de la póliza era una copia y estaba borrado, no había más datos...click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click...el documento que la hija del conde me había facilitado, click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click...¡Por fin lo entendí!


La inesperada presencia de la hija del conde, la actitud nerviosa de Mrs. Carrington, la información sesgada y mi contratación como coartada, click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click... (… --- ...) S-O-S, en código morse.


Sin dudarlo un instante, y tras coger la pistola, salí del hotel y me dirigí a la residencia de Mrs. Carrington situada junto el Lago Lomond, mientras intentaba colocar aquel extraño puzzle en mi cabeza. 


Al llegar encontré la puerta abierta. Sigilosamente y pistola en mano, me dirigí hasta el comedor donde la luz de una vela dibujaba la estampa de Mrs. Carrington atada y amordazada con un pañuelo. Sus “gritos sordos” eran incesantes.


-¿Dónde está?, dije instintivamente sin ser consciente de que estaba aún amordazada.


Tras quitarle la mordaza con facilidad, Mrs. Carrington por fin pudo hablar.


-¡Ha huido, desáteme, ella es la asesina, ella los mató, ha dejado el gas abierto!


Con rapidez dejé el arma sobre la mesa y desaté a la dama escocesa. Avancé varios pasos en dirección a la cocina y de nuevo volvieron a escucharse los gritos sordos de una persona amordazada. Al entrar en la cocina, comprobé que el gas estaba cerrado y al mirar hacia la izquierda vi a la hija del conde subida a una silla, amordazada, con las manos a la espalda y una soga al cuello atada a una de las vigas de la estancia.


Mrs. Carrington entró en la cocina, pistola en mano, con la sonrisa nerviosa del plan cumplido y la tensión de una situación descontrolada.


-Sabía que lo descubriría, sabía que no me decepcionaría, sabía que mi SOS tendría respuesta...Empújala o te disparo, me dijo.


Levanté las manos y avancé lentamente hacia ella.


-¡Empújala o te disparo!


Continué avanzando.


-¡No des un paso más!


Pero mi avance no iba a detenerse.


Mrs. Carrington apretó el gatillo...


(Silencio).


Pero el arma no disparó.


-”Ella los mató”. En ningún momento hablé de que hubiera víctimas Mrs. Carrington, el arma no está cargada, el juego ha terminado.

miércoles, 6 de enero de 2021

La librería número cuarenta y E




 

LA LIBRERÍA DEL NÚMERO CUARENTA Y E


        La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado, la imaginación circunda al mundo – Albert Einstein – .


    Aquella fría mañana de diciembre, Emilio se despertó temprano. No había dormido bien. A las seis de la mañana su cabeza había comenzado a recordarle todo lo que debía hacer durante el día, antes de que las doce campanadas pusieran fin al año.


    El gorgoteo de la cafetera afinaba la melodía de la mañana. Aquel era su momento preferido del día. Sentado en el sillón, junto a la ventana, con una cocina aún en penumbra, su mente despertaba mientras ojeaba las noticias del día. Pero el hechizo de aquel efímero confort desaparecía cada día con los primeros rayos de luz de la mañana.


    Tras asearse y vestirse con rapidez, salió de casa, mascarilla en rostro y se dirigió al centro de la ciudad. Su primera parada sería una librería, llevaba días queriendo acudir a ella y elegir el libro perfecto para regalárselo a su sobrino, y hoy por fin tenía la posibilidad de hacerlo.


    Emilio caminaba rápido, fijándose en los detalles de lo cotidiano. La calle estaba casi vacía, incluso cuando cruzó el paso de peatones de la avenida principal, solo vio a una pareja de jóvenes que corría sin dirección. En apenas diez minutos alcanzó el corazón de la urbe, el dédalo de callejuelas impedía que el sol calentase el centro de la ciudad, aquella mañana hacía viento y el frío cortaba las miradas de los atrevidos viandantes.


    Cuando llegó a la librería comenzó a ojear los primeros libros que tuvo a su alcance, los best seller que se encontraban en una posición privilegiada, justo a la entrada del establecimiento. Aquellas novelas no eran lo que estaba buscando, pero aun así recorrió el pasillo saboreando el momento. Cuando llegó al final, observó que uno de los dependientes de la librería lo miraba. Era normal que lo hiciera ante la falta de clientela, pero Emilio quería disfrutar de aquella búsqueda sin que le agobiaran, de forma que para evitar sus preguntas, giró con rapidez como si supiera a dónde se dirigía. Entonces miró hacia atrás y vio que el dependiente iba tras él, Emilio aceleró el paso y tras dejar a la derecha las guías de viaje, se refugió entre los libros de fantasía, un género que nunca le había interesado. Estaba seguro de que había despistado al dependiente, pero de pronto una pregunta le sorprendió por la espalda.


  • ¿Qué libro está buscando?, dijo una voz de niño.


    Tras digerir el indeseado ataque, al ver que no se trataba del dependiente, Emilio respondió con amable sinceridad.


  • ¡Estoy buscando el libro perfecto!


    El niño sonrió.


  • Ese no lo encontrará aquí, pero yo sé dónde puede hacerlo, dijo con seguridad.


    La respuesta del niño captó la atención de Emilio.


  • ¿Dónde puedo encontrarlo?


    En una calle cercana, en la librería del número “cuarenta y e”. No aparece en la publicidad, ni en las guías, ni encontrará reseña alguna sobre ella, solo puede visitarse por invitación.


    Emilio, que supuso que el niño había dicho cuarenta y tres, respondió con espontaneidad.


  • Es una lástima entonces, porque yo no la tengo.


  • No es así señor, se la acabo de dar, dijo el niño sonriendo mientras caminaba abandonando el pasillo y dejando solo a Emilio.


    Aquel extraño encuentro, había despertado su curiosidad, pero llevaba días queriendo disfrutar del abrazo de los libros de la que él consideraba, la mejor librería de la ciudad, por lo que continuó con su placentera búsqueda. Recorrió cada pasillo, buscó en cada estante, ojeó cada anaquel, pero ningún libro le parecía adecuado, no había esperado tanto tiempo para comprar el primer libro que no tuviera mala apariencia por el hecho de llevar un regalo, quería que aquel fuera el inicio de la afición a la lectura de su sobrino, aquel libro debía ser especial, debía ser perfecto.


    Pasadas dos horas, sin encontrar nada, Emilio salió desilusionado de la librería, compró café en grano en una pequeña tienda que se encontraba en la calle paralela y pospuso el resto de quehaceres para el próximo año. Cuando giró para emprender el camino de regreso a casa, un papel se le cayó del bolsillo del pantalón. Se agachó, lo recogió y leyó “Invitación para encontrar el libro perfecto, tres calles a su derecha”.


    Emilio miró a su alrededor con desconfianza, pero la calle estaba vacía. A continuación dobló la esquina de la primera callejuela que se encontraba a su derecha, caminó cinco pasos hacia el frente y cruzó a la segunda calle. Por último, caminó diez pasos más y giró para alcanzar la tercera calle a su derecha. No había estado antes en aquella calle, aunque con facilidad se perdía cuando paseaba por el centro, así que aquello no era del todo extraño. La acera derecha tenía varios locales cerrados sin numeración, una tapia y una casa en obras. Sin embargo la acera izquierda sí tenía edificios numerados. La altura de la calle a la que había llegado comenzaba por el número treinta y siete por lo que el número cuarenta y tres no debía andar lejos. Como de costumbre comenzó a andar con rapidez, en esta ocasión espoleado por la curiosidad, pero cuando llegó al número cuarenta y tres, vio que se trataba de una casa, no de una librería. Emilio caminó hacia atrás mientras miraba los balcones de la casa, cuando una mujer mayor se acercó a la entrada y abrió la puerta. De forma instintiva Emilio la llamó, pero aquella señora lo fulminó con la mirada.


  • No estará buscando una librería, ¿verdad? ¡Aquí no hay ninguna librería, déjenme en paz!, dijo la mujer dando un portazo.


    Emilio se quedó mirando, perplejo y algo avergonzado, pero la soledad de la calle hizo que la sensación durase apenas unos instantes. Ya que había llegado hasta allí, y al parecer no era el primero que lo hacía, no era el momento de rendirse. Recorrió los números cuarenta de la calle de arriba a abajo y de abajo a arriba, miraba una y otra vez, pero no encontraba más que casas particulares y un pequeño bloque de pisos. Fue entonces cuando dos niños que paseaban en patinete y bicicleta pasaron por su lado y le gritaron: “Si siempre miras de la misma forma, siempre verás lo mismo”.

  • ¡Esperad! ¿Dónde está?, dijo Emilio acelerando el paso tras ellos.


    Pero cuando había perdido de vista a los niños, casi cien metros más adelante, vio que en la acera derecha comenzaba a haber numeración, y que ésta empezaba por el número cuarenta. De nuevo comenzó a mirar con detenimiento cada número cuarenta. Todas eran casas, salvo el desgastado número cuarenta y ocho cuyo rótulo apenas se distinguía. Pero conforme iba acercándose a la entrada los números parecían ganar en nitidez, el primero era un cuatro, pero el segundo era una letra e.


    Emilio se situó justo delante de la puerta, pero antes de que pudiera llamar, ésta se abrió y el niño al que había visto en la librería le dio la bienvenida.


  • Me alegra que haya venido, dijo el niño.


  • No ha sido fácil encontrar la librería, replicó Emilio.


  • Ya, pero nunca hay que rendirse, contestó el niño.


    Emilio miró el pequeño recibidor del establecimiento, aquello no parecía una librería. Detrás de un pequeño mostrador había varios anaqueles y estantes con libros, pero no más de los que puede haber en una casa particular, por eso no pudo evitar preguntarle al niño.


  • Es una librería algo pequeña ¿no? ¿Es de impresión manual? ¿De autores desconocidos?


  • Es la librería en la que encontrará el mejor libro del mundo...


    El niño cogió una linterna e invitó a Emilio a pasar abriendo una pesada cortina tras la que se abría un largo pasillo de madera en el que había siete puertas. Tres a cada uno de los lados, y una justo frente a ellos.


  • ¿Qué hay detrás de cada puerta?, preguntó Emilio.


  • Un libro, respondió el niño.


  • ¿Solo uno?, preguntó Emilio con tono irónico.


  • Sí, es el libro que usted necesita leer ese día, respondió el niño.


    En realidad yo quiero hacerle un regalo a mi sobrino para que se aficione a la lectura.


  • ¿Y está seguro de que usted no necesita leer ningún libro hoy?


    Emilio sonrió, se giró hacia la primera puerta de la izquierda y giró el picaporte. Si te estás preguntando qué encontró tras ella, y quieres conocer los Siete relatos de la librería número cuarenta y e, permanece atento a la próxima publicación, ya que la imaginación convirtió en un índice este relato.


Jacinto Martín Ruiz

viernes, 13 de diciembre de 2019

El Rey Hobbit


    Relato "El Rey Hobbit", incluido en la edición de 2019 de Cuentos de la Taberna del Dragón Verde.


A mi hijo Víctor, capaz de arreglar el mundo con su imaginación y su varita mágica.


EL REY HOBBIT



    Las primeras tormentas del otoño habían traído la lluvia y el frío a la Comarca. La humedad y el olor a tierra mojada hacían más confortable, si cabe, el calor de los agujeros hobbits. Aquella noche los relámpagos quebraban el cielo coloreando de azul el verde de los prados. Una tromba de agua caía embarrando los senderos e inundándolos de charcos.

Era noche cerrada cuando Sarcano abrió la puerta de la Taberna del Dragón Verde. La dura tormenta había dibujado un ambiente solitario en el salón principal del figón. Solo un grupo de cuatro hobbits bebía en torno a una mesa rectangular cercana a la chimenea. Tras pedir una pinta de cerveza en la barra, Sarcano tomó asiento junto al fuego para secar sus ropajes y sus enormes botas. El viaje había sido largo y aquella inesperada tormenta era un contratiempo. 

Mientras calentaba sus manos a la lumbre del fuego,  uno de los integrantes de la reunión llamó su atención.

-Nadie debería beber sólo en la Taberna del Dragón verde, le dijo uno de los hobbits invitándole a sentarse junto a ellos.

-Lleváis toda la razón...mi nombre es Sarcano.

-Yo soy Mereador, ellos son Edd, Pitt y Brand.

-Mucho gusto, un poco de compañía es capaz de mejorar la peor de las noches, respondió Sarcano con amabilidad.

-¿Qué os trae por estos lares? No es frecuente ver hombres en la Comarca, preguntó Edd.

-Aunque no lo creáis, mi linaje tiene raíces hobbits. Tenía curiosidad por conocer la Comarca. Es la primera vez que la visito.

-¡Raíces hobbits! ¿Qué apellido tenían vuestros antepasados? Preguntó sorprendido Mereador.

-Eso es lo que espero averiguar, no tengo muchos datos, respondió Sarcano.

La evasiva de Sarcano no colmó la curiosidad de los integrantes del grupo, pero fue suficiente para crear un ambiente cómodo en el que continuar conversando.

-Propongo un brindis, por la cerveza en noches de tormenta y los encuentros inesperados, dijo Mereador.

Los cinco miembros de la reunión bebieron tras el brindis, haciéndose posteriormente unos segundos de silencio que fueron rotos por el propio Mereador.

-Puede ser buen día para esa historia de la que siempre hablas. Esa que nunca antes has contado Pitt.

El viejo Pitt Botaverde, el más anciano de la reunión, era un conocido narrador de historias que hacía las delicias de los presentes cuando el normal bullicio de la taberna se veía roto por noches solitarias como la de aquella ocasión.

-Bueno... no se, no quiero incomodar a nuestro invitado, dijo Pitt.

-Sin duda, agradecería escuchar una buena historia, dijo Sarcano.

-Venga Pitt, no te hagas rogar, insistió Mereador.
Pitt Botaverde dio un trago más a la pinta y tras un instante de duda, decidió contar su historia.

-Está bien. Sois los primeros cuatro oyentes a los que cuento este relato. Tan secreto es, que soy el único hobbit con vida que lo ha escuchado, y responsables seréis de que el secreto siga siendo guardado. Si accedo a contarlo es porque tal y como dijo el narrador del que lo escuché “estos son tiempos de paz y bonanza, en tiempos difíciles sus conocedores correrían un gran peligro”.

-Es único dando emoción a sus relatos, dijo Mereador a Sarcano.

Aquel comentario pareció importunar a Pitt.

-Mereador, sois un descarado, si no estáis a la altura del relato salid ahora mismo de la taberna y que la lluvia os cale hasta los huesos, dijo Pitt.

-Perdón, perdón, perdón … por favor continuad, dijo Mereador con gesto arrepentido.

Tras hacerse el silencio, el viejo Botaverde comenzó la narración del relato:

“Los vestigios de la batalla dibujaban un paisaje solitario sobre la ciudad. Cada movimiento de la celada había sido ejecutado según lo previsto. En apenas tres días los batallones del rey  se hicieron con el dominio de las principales ciudades, puertos y bastiones de su vecino y  enemigo reino. La persecución de los supervivientes y exiliados se extendió allende las fronteras de los reinos del este.

En los albores de la era de los hombres, la Tierra  Media se teñía con el rojo de la sangre.

-¡Allí! ¡Tras aquellas rocas!, gritó el capitán.

-¡Es él!, ¡Que no escape!

El escuadrón había rastreado los pasos de Quel-Sarak durante siete lunas y siete soles. Finalmente alcanzó a su presa sobre la roca de las montañas.

Antes de que las tropas le dieran alcance, Quel-Sarak ocultó un cesto en una  oquedad que parecía ser la entrada a una gruta. Después anduvo hasta un peñasco cercano para atraer a los soldados.

Tras alejarse  lo suficiente, se giró, y desde aquella posición elevada esperó desafiante la llegada del escuadrón hasta su ubicación.  

-¿Dónde está el bastardo? Preguntó el capitán.

-¿Qué bastardo? Respondió Quel-Sarak.

-¡Buscadlo! No debe haberlo dejado lejos...”.

Pitt Botaverde necesitó poco más de doscientas palabras para captar la atención de la reunión. 

Todos escuchaban con interés la vieja y ronca voz de Pitt. Ni siquiera cuando bebían  cerveza desviaban la mirada de sus ojos.

”...Varios soldados comenzaron a explorar el terreno rastreando las pisadas. Cuando Quel-Sarak se percató de que uno de ellos se acercaba a la entrada de la gruta, corrió, y abalanzándose sobre él, le asestó una estocada mortal en el cuello. El soldado cayó fulminado sobre el sendero. Quel-Sarak gritó y con gesto desafiante, se despojó de la capa dejando  a la vista su piel grisácea y blanca melena..”.

-Aguardad, ¿Piel grisácea y blanca melena? ¿Qué era ese Quel-Sarak? Preguntó Edd.

-Un drow, también conocidos como elfos oscuros, contestó Pitt.

-¿Realmente existen los elfos oscuros? Preguntó Mereador.

-Si no dejáis de interrumpirme juro que dejaré el relato a medias, advirtió Pitt.

-No por favor, continuad, dijo Sarcano intermediando.

Con gesto serio, Pitt retomó el ritmo de la narración...

  “Aquella acción provocó la ira del capitán que dio orden de cargar contra el drow.

-¡Acabad con ese monstruo!

Una treintena de soldados lo rodeó empuñando lanzas y escudos. A pesar de ello ninguno parecía tener el coraje suficiente para atacar.

-¿A qué estáis esperando? Insistió el capitán, ¡Matadlo!

-Parece que no has adiestrado lo suficiente a tus perros, dijo Quel-Sarak.

-Antes de que salga  la luna tu cabeza estará clavada en una pica, respondió el capitán.

-Que así sea, pero al menos diez de vosotros vendréis conmigo al reino de los muertos. Aún falta decidir quiénes serán, dijo Quel-Sarak empuñando dos bracamantes.

Los soldados permanecían inmóviles, limitándose a mantener una tensa posición de guardia. Ante la pasividad de estos, el capitán desenvainó la espada y acercándose a uno de sus hombres, que se encontraba de espaldas a él, lo atravesó con su acero.

-¡Atacad o yo mismo acabaré con vosotros!

La amenaza del capitán provocó el primer movimiento de uno de los soldados  desencadenando la lucha. Quel-Sarak esquivó con certeza la lanza desplazándose hacia la derecha y devolvió la acometida hiriendo a su adversario. Al primer ataque le siguieron una sucesión interminable de embestidas. El drow sorteaba a sus rivales,  rechazaba las estocadas y se  movía con agilidad para evitar ser acorralado. Cuatro de los soldados yacían ya en el suelo cuando, por primera vez, una lanza le rozó el brazo derecho sin tan siquiera hacerle sangrar. 

Danzaba entre sus adversarios imponiendo su fortaleza en el cuerpo a cuerpo hasta que de pronto, una saeta silbó en el campo de batalla. El capitán, ante el devenir de la contienda, disparó una ballesta clavando la saeta en el hombro derecho de Quel-Sarak. Tras la punzada inicial, el fugitivo continuó luchando con la consciencia de que no había esperanza de que la lucha tuviera un final que le fuera propicio.

El cansancio comenzaba a hacer mella en el drow, tras varios días huyendo sin descansar ni alimentarse, no sería capaz de mantener el esfuerzo durante mucho tiempo.

Cuando la lucha se encontraba en pleno apogeo, uno de los lugartenientes de la mesnada, que observaba la lucha desde la lejanía, desmontó del caballo y haciéndose hueco entre las tropas se dirigió hacia el monstruo. Su destreza con la espada hizo que Quel-Sarak tuviera que centrar su atención en él. Pero aquel enfrentamiento distaba mucho de ser un combate singular justo, ya que el resto de soldados aprovechaban  cada oportunidad que les brindaba el duelo para lanzar ataques por sorpresa que difícilmente  el drow podía esquivar. 
En una de las ocasiones, tras recibir dos lanzadas de las tropas que rodeaban el círculo en el que luchaban, Quel-Sarak giró su posición hacia el exterior.  Tras el movimiento, gritó y descargó su ira contra la formación  acabando con la vida de tres de los soldados y provocando la retirada del resto.

Nueve soldados habían sido ya abatidos, pero las heridas sufridas por Quel-Sarak comenzaban a sangrar en abundancia y el combate se volvía más y más exigente. Cuando en una segunda ocasión intentó repetir el movimiento de ataque a los soldados que lo rodeaban, su oponente acertó a clavarle su espada en el costado izquierdo.

Una sonrisa cruel se dibujó en la cara del capitán que desde la distancia observaba la lucha.

El fin parecía próximo, Quel-Sarak se inclinó, soltó uno de los bracamantes y  cubriendo la herida recibida con el brazo izquierdo mantenía la guardia con dificultad portando ahora un solo arma. El capitán volvió a armar la ballesta y una nueva saeta hizo blanco en el drow, en esta ocasión en el pecho.

Quel-Sarak hincó una rodilla en el suelo y escupió sangre, los soldados mantenían el círculo en torno a él, ya sin atacar. El lugarteniente miró al capitán a la espera de la orden de acabar con su vida. Tras recibir la mirada de aprobación, alzó la espada, pero al bajarla Quel-Sarak rechazó el ataque. Tomó impulso reuniendo las fuerzas que le quedaban para correr esquivando a las tropas, y saltar lanzando una última embestida contra el capitán. Al abalanzarse sobre él, lo derribó del caballo y a pesar de recibir varias lanzadas en el trayecto, se situó sobre su cuerpo.

-¡Tú eres el décimo! Gritó hundiendo el acero sobre su garganta.

Tras acabar con la vida del capitán, Quel-Sarak recibió la herida mortal de una lanza que le atravesó el pecho, cayendo inerte sobre el piso.

-Diez vidas contra una y aún así es una victoria, murmuró uno de los soldados.

Finalizada la lucha, dos de los soldados comenzaron a inspeccionar la gruta. Al acercarse a la pequeña entrada, divisaron el cesto. El soldado de menor corpulencia introdujo medio cuerpo en la oquedad, y estiró el brazo hasta que pudo agarrarlo. 

Después de liberarse con dificultad de las rocas,  entregó el cesto al lugarteniente, pero este estaba vacío”.

La atención y la expectación se reflejaba en la cara de Sarcano, Mereador, Edd y Brand. El silencio de Pitt Botaverde, hizo temer por un instante que el relato hubiera terminado, por lo que a pesar de las advertencias previas, Mereador no pudo evitar intervenir.

-No puede acabar así, ¿verdad? Preguntó Mereador.

En esta ocasión la reacción de Pitt fue más amable, sonriendo ante el interés que su historia despertaba entre los oyentes.

-¿Verdad? Preguntaron también Edd y Brand.

-No, no acaba así, aunque mi jarra está vacía...dijo el viejo Botaverde.

Rápidamente Mereador se dirigió a la barra a pedir cinco pintas de cerveza mientras murmuraba entre dientes,”...la está contando, su historia, la está contando...”.

A penas Mereador llegó a la mesa con las pintas, Pitt refrescó su garganta para continuar narrando su relato.

-Os estaréis preguntando en qué reino de los hombres sucedió la historia. Por qué un drow escondía a un niño o qué reyes participaron en la batalla previa...Os advierto de que no todas vuestras preguntas hallarán respuesta ya que el propio relato protege a sus oyentes omitiendo parte de lo sucedido...A pesar de ello queda mucho que contar...

Pitt volvió a dar un trago a su jarra y continuó con la narración.

“ Nueve fueron los anillos de poder entregados a los reyes de los hombres, nueve fueron los reinos gobernados por los reyes, y aquella contienda ocurrió entre dos de los más poderosos...

La enemistad de ambos monarcas se forjó en el trato amable que uno de ellos dispensaba a todas las razas que poblaban su reino... enanos, elfos e incluso hobbits. Su vecino rey no entendía que los hombres no tuvieran mayores favores de la corona que el resto de razas. O al menos esa fue  la excusa que le sirvió para saciar sus ansias de poder y conquistar así las riquezas de su otrora reino amigo.

A través de sus informadores en la corte vecina, tuvo conocimiento de que el monarca engendraría un bastardo con una doncella no humana. Lo que supuso el detonante para desencadenar la guerra”.

-¡Una doncella no humana!Interrumpió Brand.

El duro gesto del viejo Botaverde fue en esta ocasión suficiente para volver a conseguir el deseado silencio.

“El tiempo pasó y pasó, y la dominación de un reino sobre otro se prolongó incluso tras la abdicación del rey conquistador en su hijo. El cruel vástago del monarca continuó la senda iniciada por su padre.

Y así fue como en unas fiestas organizadas para conmemorar la dominación de un reino sobre el otro el nuevo rey se cruzó con su destino...La inquina del monarca hacia el resto de razas de la Tierra Media había calado en parte de  la población. Por eso, en mitad de los juegos, el monarca inculpó en la comisión de actos vandálicos, a sabiendas de su falsedad, a un elfo, un enano y un hobbit, cuya estatura era mayor que la de un hobbit normal, tomándolos prisioneros y organizando un espectáculo que alentara a las masas. 

Situó un estrado en el centro de la plaza, e hizo que los soldados colocaran al elfo, al  enano y al hobbit en línea recta, uno tras otro con varios pies de separación entre ellos. 

El rey subió al estrado acompañado por sus guardias y los nobles que habían compartido comida y bebida con él durante el banquete. En su mano portaba dos racimos de uvas, uno de uvas verdes y otro de uvas moradas.

Tras los vítores de la muchedumbre, el monarca tomó la palabra.

-Escuchad todos porque sólo lo diré una vez. El elfo, el enano y ese extraño hobbit serán colocados en el estrado con  las manos atadas a la espalda.

A continuación el rey cogió de los racimos tres uvas verdes y dos uvas moradas que mostró al público colocándolas en una mesa contigua al estrado.

-De entre estas cinco uvas, escogeré tres que deberán ser sujetadas por los condenados con sus manos atadas a la espalda. Disculpadme, por los detenidos, dijo el rey con tono irónico.

La explicación continuó.

-El elfo se situará en la parte posterior, y más elevada, del estrado, por lo que podrá ver las uvas que portan el enano y el hobbit. Tú, dijo señalando  al enano, te situarás en el centro, por lo que  sólo verás qué uva tiene el hobbit. Y tú, el hobbit alto, serás el primero del estrado, por lo que no verás las uvas de tus compañeros.

Durante su exposición rey se dirigía tanto a los prisioneros, como a los nobles y al gentío que los rodeaba.

-Una vez estéis colocados, al menos uno de vosotros debe deducir el color de su uva. Podéis hablar o callar pero si los tres calláis los tres morís. Si el que habla da la respuesta equivocada los tres morís. Si el que acierta es incapaz de razonar su respuesta, los tres morís. Si alguno de los tres se gira o intenta ver el color de su uva los tres morís. 

-¿Y si acertamos el color de la uva, qué ganamos? Preguntó el hobbit.

La pregunta, importunó al rey, que rodeado de su pueblo no quería dar muestras de debilidad, por lo que su respuesta fue arriesgada al estar confiado de su victoria.

-Aquel de los tres que acierte el color de su uva, salvará la vida de sus compañeros así como la suya propia, y podrá pedir lo que quiera.

-¿Lo que quiera? Insistió el hobbit.

-Sí, lo que quiera, respondió de forma impulsiva el rey.

Los guardias ataron las manos del elfo, el enano  y el hobbit a sus espaldas y los situaron en la posición indicada.

Para aumentar el interés por el siniestro juego, el rey permitió que se apostase sobre cuál sería el resultado del mismo. Señores, nobles, mercaderes y apostantes se arremolinaban en torno a la improvisada mesa de apuestas que se había situado sobre el estrado. Las monedas comenzaron a danzar. La apuesta mínima era de cinco monedas de oro, admitiéndose el cambio de dos monedas de plata por cada moneda de oro.

-¡Es imposible que se libren de la muerte!...¡Diez monedas de oro a que los tres acaban ahorcados!
Ningún Señor o mercader parecía estar dispuesto a jugar su dinero a favor de los tres prisioneros.

La sonrisa volvió a dibujarse en la cara del rey, que escuchaba el tintineo de las monedas desde un cómodo sillón que había ordenado situar en el estrado. El monarca ganaba siempre que había una apuesta ya que le correspondían dos de cada diez monedas del montante final, fuese cual fuese el resultado de lo apostado.

El elfo, el enano y el hobbit se encontraban ya subidos en el estrado, con las manos atadas a la espalda y una venda en sus ojos. En la mesa de apuestas el movimiento parecía haber parado.

El hobbit comenzó a pensar sobre el reto propuesto, aunque sin las respuestas del elfo y el enano era imposible razonar nada. 

El rey tomo las tres uvas verdes y las dos uvas moradas y subió al estrado. La primera uva que alzó fue una uva verde que dio al elfo, este la sujetó tras su espalda. Antes de entregar la uva la mostró a los apostantes para que no hubiera dudas. Volvió a repetir la jugada con el enano, volviendo a elegir una uva de color verde. Finalmente se acercó al hobbit y también le entregó una uva de color verde. Las dos uvas moradas fueron colocadas en la parte posterior del estrado, fuera del alcance de la vista de los tres prisioneros.

-Si escucho a alguien, que no sea el elfo, el enano o el hobbit pronunciar una sola palabra  yo mismo le cortaré la cabeza, dijo el rey.

La apuesta estaba a punto de comenzar, un guardia que ejercía las veces de verdugo cuando la ocasión lo requería, sacó un pequeño reloj de arena y quitó la venda de los ojos al elfo, al enano y al hobbit. Hizo girar el reloj y lo situó delante del elfo.

-Cuando la arena haya descendido totalmente debéis hablar o callar. Si elegís hablar debéis decir el color de vuestra uva y el  por qué de la respuesta, si calláis se realizará la misma pregunta al siguiente prisionero.

La arena del reloj comenzó a bajar entre el silencio de los presentes.

El elfo podía ver desde su posición que tanto el enano como el hobbit  tenían una uva verde entre sus manos, por lo que no podía saber a ciencia cierta si su uva era verde o morada. Cuando el reloj de arena descendió completamente el elfo permaneció callado.

El guardia recogió el reloj de arena del suelo y lo situó delante del enano. El tiempo comenzó a correr mientras  repetía la explicación. Al mirar hacia el hobbit pudo observar que la uva que portaba era de color verde. El enano cerró los ojos razonando el por qué del silencio del elfo, pero cuando su tiempo terminó también permaneció callado.

Una sonrisa se dibujó en la cara de los señores y mercaderes, todos habían apostado por la muerte de los tres prisioneros y esta parecía cercana.

-La decisión es tuya pequeño, tú no puedes callar, dijo el guardia al hobbit mientras repetía la operación.

Al igual que el enano, el hobbit cerró los ojos y comenzó a pensar. La arena apenas tardaba unos segundos en llegar a su destino pero al hobbit le pareció que el tiempo se hubiera detenido. Antes de que el reloj terminase, abrió los ojos y miró al rey.

-Si acierto el color  de mi uva...¿podré pedir cualquier cosa?, insistió el hobbit.

-Jajaja si aciertas podrás pedir lo que desees dijo el rey algo nervioso.

-Mi uva es verde, gritó el hobbit.

-Debe explicar por qué, se apresuró a decir uno de los nobles.

El rey, con sonriente gesto forzado en su rostro, pidió inmediatamente al hobbit la motivación de su respuesta.

Tras el primer impulso y la seguridad con la que el hobbit aseveró que su uva era verde, al prisionero le entraron dudas ya que su respuesta presuponía el razonamiento lógico de sus compañeros. A pesar de ello comenzó su explicación.

-El elfo permaneció en silencio. Si hubiera visto que el enano y yo teníamos las dos uvas moradas, habría dicho que su uva era verde. Al no ser así, el turno pasó al enano.

El hobbit continuó su razonamiento.

-Sobre la base de que el elfo no vio dos uvas moradas, las opciones de su visión fueron dos: dos uvas verdes o una uva verde y otra morada.

Algunos de los apostantes ya habían perdido el hilo del razonamiento pero permanecían atentos a las palabras del hobbit.

-Con la primera de las opciones, la de las dos uvas verdes, mi uva sería verde. Pero con la segunda de las opciones se hace necesario determinar quién tendría la uva verde y quién la uva morada.

A esas alturas muchos de los apostantes se miraban entre ellos, algunos sorprendidos por la capacidad de expresión del hobbit, otros temiendo perder la apuesta realizada y la mayoría sin ser capaces de entender lo que decía.

-Si en la segunda opción mi uva fuera morada, el enano debería haber pensado:”Veo la uva morada del hobbit. Si yo también hubiera tenida una uva morada, el elfo habría respondido que su uva era verde. Como permaneció en silencio, mi uva es de verde”. Por el contrario el enano también permaneció callado, luego la uva que vio en mis manos no era de morada ¡Mi uva es verde!

El silencio de la plaza se rompió con los pausados y forzados aplausos del rey.

-Llevo veinte años ejecutando a prisioneros, nobles, esclavos, mercaderes y apostantes deslenguados con el acertijo de las uvas. Nunca nadie fue capaz de vencer al acertijo, ni siquiera de decir tres frases con sentido...”

Mereador, Edd, Brand y Sarcano ni siquiera pestañearon durante la narración del acertijo de las uvas, asintiendo tras la explicación de cada respuesta de los prisioneros que exponía Pitt Botaverde.

-¡Sensacional razonamiento!, Digno de un hobbit sí señor, dijo Mereador.

-¿Qué pidió el hobbit? Dijo Brand.

-Que el rey durmiera cada noche en el mayor castillo de todos los reinos de los hombres, dijo Sarcano.

-¡Así es! Dijo Pitt Botaverde con voz temblorosa. El castillo de su reino de origen, por lo que aquella petición supuso la liberación del reino...

-¿Cómo sabíais la respuesta? Preguntó Mereador a Sarcano.

-Mi madre solía contarme la historia del acertijo de las uvas cada noche para dormir, respondió Sarcano...

-Entonces...¿Aquel hobbit más alto de lo normal era el bastardo que protegía Quel-Sarak? Dijo Brand.

-¿Y la doncella de la corte era una doncella hobbit? Dijo Edd.

- El legítimo sucesor del reino tras la muerte de su padre...Dijo Mereador.

Los cuatro hobbits se giraron mirando a Sarcano que se había descalzado de sus botas dejando al descubierto dos enormes y peludos pies hobbits.

-¿Y tú eres...? Preguntó Pitt Botaverde. 

-Sólo alguien que sabía el final de la historia, respondió Sarcano.

            HYAKINTHOS

domingo, 14 de octubre de 2018

Salmo 37





“No te impacientes a causa de los malignos, Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.
Porque como hierba serán pronto cortados, Y como la hierba verde se secarán”.


La reunión de la Comunidad de propietarios se había fijado a las ocho y media de la tarde. Alicia y Dorotea acababan de mudarse al 5º A del bloque 2 de la urbanización. Aunque el portero les había comentado que durante las pequeñas reformas que le hicieron al piso hubo quejas por los ruidos y la suciedad del ascensor, ambas acudieron a la reunión con cierta ilusión por conocer a sus nuevos vecinos.

El orden del día estaba formado por dos asuntos instados por las nuevas inquilinas: colocación de aparatos de aire acondicionado en la azotea y autorización a la compañía del gas para realizar la instalación en el bloque.

Alicia y Dorotea fueron las primeras en llegar a la reunión. Uno a uno saludaron con amabilidad a los vecinos que iban llegando. De pronto el ascensor se abrió y de él salió una singular pareja, una señora mayor con pelo cardado y un hombre canoso. Ambas se acercaron a saludarlos tal y como habían hecho con el resto de vecinos.

- Soy Alicia.

-Yo Dorotea, somos las nuevas vecinas. Encantadas.

El hombre las miró distante a la espera de la reacción de su mujer.

-Pues yo no lo estoy tanto, dijo la señora girando y saludando a otro de los vecinos.

Alicia y Dorotea quedaron tan sorprendidas que no reaccionaron ante el desplante.

-Qué mal lo han hecho, ha habido suciedad en todo el edificio...susurraba pelo cardado.

Tras la triunfal entrada de sus vecinos de planta y una vez alcanzado el quorum necesario, se inició la sesión.

A pesar de los intentos del Secretario de la Comunidad por calmar la situación, la reunión fue tensa, hasta el punto de que el asunto de la autorización a la compañía de gas se pospuso “hasta tener más información sobre su seguridad”.

La autorización para la colocación de las máquinas de aire acondicionado fue aprobada porque así lo exigía la normativa urbanística. Antes de que la vecina pudiera hacer campaña para que se votara en contra, Dorotea aportó un informe técnico que hizo que el asunto quedara zanjado antes de la votación.

-Si no tenemos otra opción, para qué vamos a votar, dijo pelo cardado.

Pasadas las nueve y media de la noche la reunión finalizó, aunque en realidad todo acababa de comenzar...

Alicia y Dorotea fueron las primeras en coger el ascensor, pero al llegar a la quinta planta, y antes de abrir la puerta escucharon como pelo cardado tenía aliados dentro del bloque.

-Demasiada paciencia estamos demostrando, dijo una voz de hombre.

-Si es que tenían que haber subido los materiales por la terraza, decía otra voz de señora.

Finalmente Alicia y Dorotea entraron en casa.

-Cálmate Dorotea, la autorización de la compañía del gas se aprobará y tendremos calefacción antes de Navidad, dijo Alicia.

Dorotea visiblemente alterada entró en el dormitorio, buscó en una de las cajas de la mudanza y cogió la biblia. A continuación comenzó a leer el Salmo 37:

1 No te impacientes a causa de los malignos,
Ni tengas envidia de los que hacen iniquidad.
2 Porque como hierba serán pronto cortados,
Y como la hierba verde se secarán.
7 Guarda silencio ante Jehová, y espera en él.
No te alteres con motivo del que prospera en su camino,
por el hombre que hace maldades.
8 Deja la ira, y desecha el enojo;
No te excites en manera alguna a hacer lo malo.

Tras terminar la lectura del salmo Dorotea se sintió más calmada y ambas se fueron a la cama.

Pero la noche distó mucho de ser tranquila, pasadas las tres de la mañana las hermanas pudieron escuchar cómo una ambulancia del 061 entraba en el bloque entre las voces de alarma de sus vecinos de planta.

A la mañana siguiente escucharon que el canoso vecino del 5º C había sufrido un infarto, y que permanecía ingresado en el hospital en estado grave. 

* * *

La siguiente reunión de la Comunidad no se hizo esperar, aunque a ella no asistieron dos vecinos aquejados de problemas de salud.

En esta ocasión Dorotea no bajó al rellano y fue Alicia la que defendió el asunto. Finalmente la autorización a la compañía de gas fue aprobada, no sin tener varios encontronazos de nuevo con la vecina del pelo cardado que encontró como aliado al vecino del tercero.

Cuando Alicia contó a Dorotea lo ocurrido, su reacción no se hizo esperar. Corrió de nuevo al dormitorio y volvió a leer el Salmo 37.

...
9 Porque los malignos serán destruidos,
Pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra.
38 Mas los transgresores serán todos a una destruidos;
La posteridad de los impíos será extinguida.

Dos días después de la reunión, Alicia y Dorotea escucharon en la panadería el trágico accidente que había sufrido el vecino del tercero mientras hacía una ruta con la bicicleta. “Arrollado por un camión e ingresado en el hospital con fractura de clavícula, tibia y peroné”.

-Me está dando miedo, no deberías volver a leerlo, dijo Alicia a su hermana.

-Guarda silencio delante de Jehová y espéralo con anhelo, respondió Dorotea.

En apenas una semana dos vecinos habían sufrido percances importantes. El ambiente en el bloque estaba enrarecido. Aunque el día a día no entiende de periodos de recuperación.

Pasaban veinte minutos de las cinco de la tarde cuando el timbre de la puerta sonó con insistencia. Dorotea, que estaba recostada en el sofá, se levantó somnolienta y malhumorada. Se quitó las zapatillas para no hacer ruido, se acercó a la mirilla y observó que era el vecino de abajo quien llamaba. Al instante la vecina de al lado salió ante el revuelo, circunstancia esta que terminó de convencer a Dorotea de no abrir. A través de la puerta podía escuchar su conversación.

-Tengo una mancha de humedad en el baño, seguro que ha sido la obra, decía el vecino del cuarto.

-Pues tendrán que abrir en su piso, decía pelo cardado.

Dorotea no necesitó escuchar más, puso rumbo al dormitorio en busca del salmo, pero en esta ocasión Alicia la detuvo.

-No, otra vez no.

Dorotea, suspiró, y a regañadientes hizo caso a su hermana.

Alicia, se dirigió a la puerta, y habló con el vecino de abajo convenciéndolo de que la mancha no provenía de su piso y que en cualquier caso, estaría atenta los próximos días. Justo después, Alicia salió a la calle a comprar el regalo para una amiga que la había invitado a su cumpleaños.

Dorotea se quedó en casa y aprovechó para abrir el correo que estaba sobre el mueble de la entrada. Tras tirar a la basura varias octavillas de publicidad, vio la carta. Era de la compañía de internet cuya baja habían tramitado al mudarse de piso. La abrió esperando malas noticias, y acabó encontrando lo esperado. 180,39 euros de penalización por incumplimiento de permanencia.

Dorotea se llenó de ira como nunca antes lo había hecho y acabó estallando.

-¡Quién ha hecho esto! ¡Sinvergüenzas! ¡Nadie firmó nada! ¡No tenían autorización! ¡Lo han hecho ellos! ¡Quien lo haya autorizado no merece vivir!

Dorotea corrió rumbo al dormitorio. En esta ocasión su hermana Alicia no podía detenerla. Y de nuevo comenzó a leer el Salmo 37. Leyó en voz alta, casi a gritos, los cuarenta versículos.

                                                                                ...
40 Y Jehová los ayudará y les proveerá escape.
Les proveerá escape de los inicuos y los salvará,
porque se han refugiado en él.

Cuando Alicia abrió la puerta Dorotea estaba tumbada en el suelo. Aunque corrió a auxiliarla, ya no respiraba.

(PD – En el reverso de la carta de la Compañía telefónica había una copia del contrato original firmada de puño y letra por Dorotea).