EL CRIMEN DEL CÓDIGO MORSE
Emilio giró el picaporte de la primera puerta de la izquierda del pasillo de la librería número cuarenta y e, y se sumergió en el primer relato...
Cuando la familia del difunto conde McCraill me contrató para investigar su muerte, tenía dudas de que hubiera sido asesinado, más aún de que se tratase de una cadena de crímenes que guardaran relación o de que tras ellos hubiera un asesino en serie. Pero la insistencia de la hija del conde, que juraba haber visto a alguien saliendo de la habitación de su padre la noche en que murió, y la charla con el mayordomo, que confirmó los fallos en el funcionamiento de la alarma, despertaron mi curiosidad.
Dos muertes, en Londres y Edimburgo, a leguas de distancia y con el único nexo en común de la coincidencia de ambas familias en eventos y vacaciones de la alta clase británica, circunstancia esta nada fuera de lo normal.
Sin demora centré mi investigación en la relación que unía a lord Kingstry y al conde McCraill. En apenas tres semanas me entrevisté con todos los miembros de ambas familias, y la existencia de un pequeño negocio de alquiler de embarcaciones en el Lago Lomond, en el que ambos fueron inversores, no tardó en salir a la luz. Aprovechando la época estival, me desplacé hasta allí, y entre fiestas privadas y viajes en barco por el lago, no fue difícil encontrar datos sobre el negocio de arrendamiento de navíos, apareciendo el tercer vértice del triángulo, Mrs. Carrington, una adinerada dama escocesa que compartió inversión con los difuntos, pero que no figuraba en ningún documento de forma oficial.
Tras varios intentos, y gracias a la mediación de la hija del conde, conseguí una cita con Mrs. Carrington. Las cinco de la tarde y una taza de té situaban y daban sabor a mi intento de obtener alguna pista. Pero aquella mujer era un muro con falda, con semblante serio y un enorme repertorio de negaciones, esquivó mis constantes preguntas. La dama escocesa despachó con rapidez una conversación por la que no tenía el menor interés. A pesar de ello, no me di por vencido, y aunque fue en la despedida y sin haberle dado datos de los motivos de mi investigación, conseguí captar su atención.
-Si recuerda cualquier dato que pueda resultar de interés, no dude en llamarme, debemos ser precavidos.
Los ojos de aquella mujer cambiaron de expresión por primera vez en toda la tarde, y la despedida fue más cordial que los escasos veinte minutos previos. Cuando salí de allí lo hice con la intuición de que no tardaría en volver a ver a Mrs. Carrington.
A la mañana siguiente, cuando subía a la habitación del hotel tras el desayuno, un aviso en recepción me alertó de que la dama escocesa quería verme de nuevo aquella misma tarde. Puntual como siempre, llamé al timbre a la hora exacta, y fue la hija del difunto conde McCraill la que me abrió la puerta.
-¡Qué sorpresa!
-Discúlpeme por no haberle avisado, pero me encontraba de visita en el lago y me pareció buen momento para informarme de primera mano de sus avances en el caso.
Aunque en aquel momento su presencia me pareció inoportuna, ya que podría dificultar que Mrs. Carrington hablase de aquello por lo que me había hecho llamar, no encontré la forma de impedir su presencia en la reunión, por lo que me senté en la mesa y tomé el primer sorbo de té.
La actitud de la dama escocesa, aunque con algo más de cortesía, distaba mucho de ser elocuente. Parecía que mi última advertencia del día anterior la había atemorizado, parecía nerviosa, y su actitud con la hija del conde era distante, casi evitaba mirarla. En su mano derecha sostenía un bolígrafo de click, cuyo botón situado en su parte inferior, tocaba una y otra vez: click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click …
En la conversación Mrs. Carrington trataba de justificar por qué su nombre no aparecía en la documentación del negocio de alquiler de embarcaciones, comentaba que su familia no hubiera entendido una inversión así y que por eso tuvo que ocultarlo, aunque de aquello hacía ya mucho tiempo. Entre frase y frase el bolígrafo me martilleaba el oído una y otra vez click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click …La mujer divagaba dando datos imprecisos y alargando una conversación improductiva e innecesaria mientras continuaba pulsando el bolígrafo click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click …
Por fin, tras hora y media y cuatro tazas de té, aquel suplicio terminó y pude volver al hotel poco antes de que anocheciera. Después de cenar comencé a revisar la documentación del caso, tras varias vueltas y con el insomnio de la teína como compañero, el sonido del bolígrafo de Mrs. Carrington se clavó en mi mente, click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click... a pesar de lo cual, conseguí fijar mi atención en una extraña póliza de seguro de vida que el banco hizo firmar a los socios del negocio de embarcaciones para concederles un préstamo. Parecía, que aquellas embarcaciones, en realidad eran yates de lujo y que el negocio de los socios aún estaba pendiente de liquidar...click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click.., habría un único beneficiario, pero el documento de la póliza era una copia y estaba borrado, no había más datos...click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click...el documento que la hija del conde me había facilitado, click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click...¡Por fin lo entendí!
La inesperada presencia de la hija del conde, la actitud nerviosa de Mrs. Carrington, la información sesgada y mi contratación como coartada, click-click-click, cliiiick, cliiiick, cliiiick, click-click-click... (… --- ...) S-O-S, en código morse.
Sin dudarlo un instante, y tras coger la pistola, salí del hotel y me dirigí a la residencia de Mrs. Carrington situada junto el Lago Lomond, mientras intentaba colocar aquel extraño puzzle en mi cabeza.
Al llegar encontré la puerta abierta. Sigilosamente y pistola en mano, me dirigí hasta el comedor donde la luz de una vela dibujaba la estampa de Mrs. Carrington atada y amordazada con un pañuelo. Sus “gritos sordos” eran incesantes.
-¿Dónde está?, dije instintivamente sin ser consciente de que estaba aún amordazada.
Tras quitarle la mordaza con facilidad, Mrs. Carrington por fin pudo hablar.
-¡Ha huido, desáteme, ella es la asesina, ella los mató, ha dejado el gas abierto!
Con rapidez dejé el arma sobre la mesa y desaté a la dama escocesa. Avancé varios pasos en dirección a la cocina y de nuevo volvieron a escucharse los gritos sordos de una persona amordazada. Al entrar en la cocina, comprobé que el gas estaba cerrado y al mirar hacia la izquierda vi a la hija del conde subida a una silla, amordazada, con las manos a la espalda y una soga al cuello atada a una de las vigas de la estancia.
Mrs. Carrington entró en la cocina, pistola en mano, con la sonrisa nerviosa del plan cumplido y la tensión de una situación descontrolada.
-Sabía que lo descubriría, sabía que no me decepcionaría, sabía que mi SOS tendría respuesta...Empújala o te disparo, me dijo.
Levanté las manos y avancé lentamente hacia ella.
-¡Empújala o te disparo!
Continué avanzando.
-¡No des un paso más!
Pero mi avance no iba a detenerse.
Mrs. Carrington apretó el gatillo...
(Silencio).
Pero el arma no disparó.
-”Ella los mató”. En ningún momento hablé de que hubiera víctimas Mrs. Carrington, el arma no está cargada, el juego ha terminado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario