LA LIBRERÍA DEL NÚMERO CUARENTA Y E
La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado, la imaginación circunda al mundo – Albert Einstein – .
Aquella fría mañana de diciembre, Emilio se despertó temprano. No había dormido bien. A las seis de la mañana su cabeza había comenzado a recordarle todo lo que debía hacer durante el día, antes de que las doce campanadas pusieran fin al año.
El gorgoteo de la cafetera afinaba la melodía de la mañana. Aquel era su momento preferido del día. Sentado en el sillón, junto a la ventana, con una cocina aún en penumbra, su mente despertaba mientras ojeaba las noticias del día. Pero el hechizo de aquel efímero confort desaparecía cada día con los primeros rayos de luz de la mañana.
Tras asearse y vestirse con rapidez, salió de casa, mascarilla en rostro y se dirigió al centro de la ciudad. Su primera parada sería una librería, llevaba días queriendo acudir a ella y elegir el libro perfecto para regalárselo a su sobrino, y hoy por fin tenía la posibilidad de hacerlo.
Emilio caminaba rápido, fijándose en los detalles de lo cotidiano. La calle estaba casi vacía, incluso cuando cruzó el paso de peatones de la avenida principal, solo vio a una pareja de jóvenes que corría sin dirección. En apenas diez minutos alcanzó el corazón de la urbe, el dédalo de callejuelas impedía que el sol calentase el centro de la ciudad, aquella mañana hacía viento y el frío cortaba las miradas de los atrevidos viandantes.
Cuando llegó a la librería comenzó a ojear los primeros libros que tuvo a su alcance, los best seller que se encontraban en una posición privilegiada, justo a la entrada del establecimiento. Aquellas novelas no eran lo que estaba buscando, pero aun así recorrió el pasillo saboreando el momento. Cuando llegó al final, observó que uno de los dependientes de la librería lo miraba. Era normal que lo hiciera ante la falta de clientela, pero Emilio quería disfrutar de aquella búsqueda sin que le agobiaran, de forma que para evitar sus preguntas, giró con rapidez como si supiera a dónde se dirigía. Entonces miró hacia atrás y vio que el dependiente iba tras él, Emilio aceleró el paso y tras dejar a la derecha las guías de viaje, se refugió entre los libros de fantasía, un género que nunca le había interesado. Estaba seguro de que había despistado al dependiente, pero de pronto una pregunta le sorprendió por la espalda.
¿Qué libro está buscando?, dijo una voz de niño.
Tras digerir el indeseado ataque, al ver que no se trataba del dependiente, Emilio respondió con amable sinceridad.
¡Estoy buscando el libro perfecto!
El niño sonrió.
Ese no lo encontrará aquí, pero yo sé dónde puede hacerlo, dijo con seguridad.
La respuesta del niño captó la atención de Emilio.
¿Dónde puedo encontrarlo?
En una calle cercana, en la librería del número “cuarenta y e”. No aparece en la publicidad, ni en las guías, ni encontrará reseña alguna sobre ella, solo puede visitarse por invitación.
Emilio, que supuso que el niño había dicho cuarenta y tres, respondió con espontaneidad.
Es una lástima entonces, porque yo no la tengo.
No es así señor, se la acabo de dar, dijo el niño sonriendo mientras caminaba abandonando el pasillo y dejando solo a Emilio.
Aquel extraño encuentro, había despertado su curiosidad, pero llevaba días queriendo disfrutar del abrazo de los libros de la que él consideraba, la mejor librería de la ciudad, por lo que continuó con su placentera búsqueda. Recorrió cada pasillo, buscó en cada estante, ojeó cada anaquel, pero ningún libro le parecía adecuado, no había esperado tanto tiempo para comprar el primer libro que no tuviera mala apariencia por el hecho de llevar un regalo, quería que aquel fuera el inicio de la afición a la lectura de su sobrino, aquel libro debía ser especial, debía ser perfecto.
Pasadas dos horas, sin encontrar nada, Emilio salió desilusionado de la librería, compró café en grano en una pequeña tienda que se encontraba en la calle paralela y pospuso el resto de quehaceres para el próximo año. Cuando giró para emprender el camino de regreso a casa, un papel se le cayó del bolsillo del pantalón. Se agachó, lo recogió y leyó “Invitación para encontrar el libro perfecto, tres calles a su derecha”.
Emilio miró a su alrededor con desconfianza, pero la calle estaba vacía. A continuación dobló la esquina de la primera callejuela que se encontraba a su derecha, caminó cinco pasos hacia el frente y cruzó a la segunda calle. Por último, caminó diez pasos más y giró para alcanzar la tercera calle a su derecha. No había estado antes en aquella calle, aunque con facilidad se perdía cuando paseaba por el centro, así que aquello no era del todo extraño. La acera derecha tenía varios locales cerrados sin numeración, una tapia y una casa en obras. Sin embargo la acera izquierda sí tenía edificios numerados. La altura de la calle a la que había llegado comenzaba por el número treinta y siete por lo que el número cuarenta y tres no debía andar lejos. Como de costumbre comenzó a andar con rapidez, en esta ocasión espoleado por la curiosidad, pero cuando llegó al número cuarenta y tres, vio que se trataba de una casa, no de una librería. Emilio caminó hacia atrás mientras miraba los balcones de la casa, cuando una mujer mayor se acercó a la entrada y abrió la puerta. De forma instintiva Emilio la llamó, pero aquella señora lo fulminó con la mirada.
No estará buscando una librería, ¿verdad? ¡Aquí no hay ninguna librería, déjenme en paz!, dijo la mujer dando un portazo.
Emilio se quedó mirando, perplejo y algo avergonzado, pero la soledad de la calle hizo que la sensación durase apenas unos instantes. Ya que había llegado hasta allí, y al parecer no era el primero que lo hacía, no era el momento de rendirse. Recorrió los números cuarenta de la calle de arriba a abajo y de abajo a arriba, miraba una y otra vez, pero no encontraba más que casas particulares y un pequeño bloque de pisos. Fue entonces cuando dos niños que paseaban en patinete y bicicleta pasaron por su lado y le gritaron: “Si siempre miras de la misma forma, siempre verás lo mismo”.
¡Esperad! ¿Dónde está?, dijo Emilio acelerando el paso tras ellos.
Pero cuando había perdido de vista a los niños, casi cien metros más adelante, vio que en la acera derecha comenzaba a haber numeración, y que ésta empezaba por el número cuarenta. De nuevo comenzó a mirar con detenimiento cada número cuarenta. Todas eran casas, salvo el desgastado número cuarenta y ocho cuyo rótulo apenas se distinguía. Pero conforme iba acercándose a la entrada los números parecían ganar en nitidez, el primero era un cuatro, pero el segundo era una letra e.
Emilio se situó justo delante de la puerta, pero antes de que pudiera llamar, ésta se abrió y el niño al que había visto en la librería le dio la bienvenida.
Me alegra que haya venido, dijo el niño.
No ha sido fácil encontrar la librería, replicó Emilio.
Ya, pero nunca hay que rendirse, contestó el niño.
Emilio miró el pequeño recibidor del establecimiento, aquello no parecía una librería. Detrás de un pequeño mostrador había varios anaqueles y estantes con libros, pero no más de los que puede haber en una casa particular, por eso no pudo evitar preguntarle al niño.
Es una librería algo pequeña ¿no? ¿Es de impresión manual? ¿De autores desconocidos?
Es la librería en la que encontrará el mejor libro del mundo...
El niño cogió una linterna e invitó a Emilio a pasar abriendo una pesada cortina tras la que se abría un largo pasillo de madera en el que había siete puertas. Tres a cada uno de los lados, y una justo frente a ellos.
¿Qué hay detrás de cada puerta?, preguntó Emilio.
Un libro, respondió el niño.
¿Solo uno?, preguntó Emilio con tono irónico.
Sí, es el libro que usted necesita leer ese día, respondió el niño.
En realidad yo quiero hacerle un regalo a mi sobrino para que se aficione a la lectura.
¿Y está seguro de que usted no necesita leer ningún libro hoy?
Emilio sonrió, se giró hacia la primera puerta de la izquierda y giró el picaporte. Si te estás preguntando qué encontró tras ella, y quieres conocer los Siete relatos de la librería número cuarenta y e, permanece atento a la próxima publicación, ya que la imaginación convirtió en un índice este relato.
Jacinto Martín Ruiz
'Si siempre miras de la misma forma, siempre verás lo mismo'
ResponderEliminarUna historia abierta que capta magistralmente la atmósfera inquietante del misterio.
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