miércoles, 3 de febrero de 2016

Los siete años de Cupido

    

Relato corto


  Hace años que las más prestigiosas universidades americanas realizaron estudios que demuestran que el amor es una reacción química que produce felicidad en nuestro cerebro a base de liberar endorfinas. Esa reacción dura un máximo de siete años, por más que algún romántico lo niegue o pueda sentirse ofendido por la ciencia. Pero no te preocupes, deja de contar, pasado ese tiempo el amor despliega otros vínculos y virtudes más fuertes si cabe y que ya no interesan a la química. Sin embargo, la alteración de los elementos de la fórmula puede hacer que el resultado deje de ser tan predecible.

        Carlo esperaba ilusionado la llegada del tren procedente de Lucca a la estación de “Santa María Novella” de Florencia. En él, Liona se retocaba nerviosa los labios con la cabeza llena de remordimientos.

         Apenas hacía tres meses que Carlo y Liona se conocían por lo que la explosión de endorfinas estaba en pleno apogeo. Él reaccionó al químico Cupido rompiendo una relación anterior de seis meses. Para ella era más difícil, vivía con su novio de la adolescencia con el que llevaba diez años de noviazgo, aunque  los siete primeros quedaban ya muy lejanos.

        - Déjame ser tu novio por un día; si no vienes, no te volveré a llamar, fue el final de la conversación telefónica del día anterior.

        Liona bajó del tren con el bolso y el atrevimiento como único equipaje. Mientras recorría el andén dos con la seguridad que da la belleza, divisó a Carlo en la lejanía. Su corazón se aceleró, pero continuó firme su camino.

          -Hola, dijo Liona, mientras daba dos besos en la cara a Carlo.

           -Hola, ¿Qué tal el viaje?

     -Bien, el tren es cómodo… No puedo quedarme esta noche, a las seis tengo que volver, le dije a Angelo que pasaría el día con mi prima Laura.

        (Silencio)

        -Bueno, deja que te enseñe Florencia.

        -¿Dónde tienes el hotel?

        -Aquí al lado, justo frente a la estación.

        -Necesito subir al baño un momento.

        Cuando salieron de la estación se dieron la mano con timidez. Al llegar a la entrada del hotel, Liona, que no quería dejar rastro de su desliz, evitó identificarse. Se dirigió directamente al ascensor a pesar de las miradas de la recepcionista y pulsó el botón de subida.

        Mientras Liona entraba al baño, Carlo abrió la ventana de la austera  habitación. Su plan contaba con el lujo de Florencia como aliado, no necesitaba nada más.

        -¡Vaya sitio! Podías haberme traído a un hotel mejor, dijo Liona con risa nerviosa.

        -Sólo pasaré aquí esta noche. ¿Salimos? Tengo preparado un recorrido que…

      -Me vuelves loca, dijo la explosión de endorfinas por boca de Liona cortando su frase con un beso.

        Tras el primer arrebato, Liona que no quería dar pasos en falso, volvió a tomar la iniciativa para abandonar la habitación.

        -Vamos, enséñame Florencia.

        La pareja salió del hotel mientras, desde las alturas, Cupido observaba orgulloso su obra. El reloj de los siete años se había puesto en marcha. Las calles de Florencia serían el escenario perfecto para avivar el estallido inicial.

        La pareja paseó desde la plaza del Duomo al Palazzo Vecchio. El David y Neptuno fueron testigos de mimos y caricias.

        La ruta continuó por la Galeria Uffizi hasta alcanzar el Ponte Vecchio.

        En aquellos instantes pensaban que nunca nadie había podido sentir antes lo que ellos experimentaban en ese momento. Era un amor único, como todos, aunque condimentado con las especias de lo prohibido.

        Una vez en el puente, mientras admiraban las vistas del río Arno, el teléfono de Liona sonó.

        “Llamada entrante de Angelo”.

     La cara de Liona reflejó una mezcla de angustia y culpabilidad.

        -¿Qué hago? No puedo cogerlo. Se va a dar cuenta.

        Tras nueve tonos, la llamada cesó.

      -¡Qué hija de puta soy! Él no se merece esto.

        -No digas eso.

        Al instante el teléfono volvió a sonar.

        “Llamada entrante de Angelo”.

        Cuando el sonido cesó, Liona lo apagó.

        Pero aquel pequeño contratiempo no era obstáculo para Cupido, el remordimiento duró sólo un instante y su flechazo volvió a funcionar con nuevos besos y caricias.

        La tarde pasó deprisa y tras compartir un helado, poco antes de las seis, regresaron a la estación del tren.

        - Tienes que elegir, sé que soy la opción difícil.

        - Tengo que hablar con él, no puedo seguir así, mañana te llamo.

        -“Sei sempre nel mio cuore”.

        Un último beso puso fin al sábado. Entre las nubes el químico angelote presumía de su puntería ante su madre Venus.

        Aquella noche Liona no pudo dormir. Aún con el olor de Carlo en su cabeza, pensaba y pensaba qué debía hacer mientras Angelo dormía junto a ella.

        - Está claro que he fracasado en esta relación ¿Y si Carlo es sólo un capricho? Angelo me quiere. A Carlo lo quiero. ¿Y si sólo es pasión? También tuve pasión en su día con Angelo. No quiero mudarme a Florencia. Me gusta mi piso, es céntrico y con mucho almacenaje… He sido  infiel…

        Al día siguiente no hubo llamada, ni al posterior, ni pasada una semana, ni un mes…

        ¿Qué hombre puede luchar contra un piso céntrico con mucha capacidad de almacenaje?

        Liona, incapaz de afrontar su destino, luchó un día tras otro contra la endorfina de Cupido hasta controlarla. Fue entonces cuando el humillado  angelote ante su fracaso decidió alterar su fórmula química como venganza. A la explosión inicial no le siguieron siete años de amor, sino siete años de negación. Pero pasados los siete años de Cupido, el cerebro de Liona volvió a sentir sin poder olvidar.

        Dicen que cada sábado Cupido observa cómo Liona ve partir el tren que va a Florencia desde la muralla de Lucca.


Jacinto Martín Ruiz





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