Relato "El Rey Hobbit", incluido en la edición de 2019 de Cuentos de la Taberna del Dragón Verde.
A mi hijo Víctor, capaz de arreglar el mundo con su imaginación y su varita mágica.
EL REY HOBBIT
Las primeras tormentas del otoño habían traído la lluvia y el frío a la Comarca. La humedad y el olor a tierra mojada hacían más confortable, si cabe, el calor de los agujeros hobbits. Aquella noche los relámpagos quebraban el cielo coloreando de azul el verde de los prados. Una tromba de agua caía embarrando los senderos e inundándolos de charcos.
Era noche cerrada cuando Sarcano abrió la puerta de la Taberna del Dragón Verde. La dura tormenta había dibujado un ambiente solitario en el salón principal del figón. Solo un grupo de cuatro hobbits bebía en torno a una mesa rectangular cercana a la chimenea. Tras pedir una pinta de cerveza en la barra, Sarcano tomó asiento junto al fuego para secar sus ropajes y sus enormes botas. El viaje había sido largo y aquella inesperada tormenta era un contratiempo.
Mientras calentaba sus manos a la lumbre del fuego, uno de los integrantes de la reunión llamó su atención.
-Nadie debería beber sólo en la Taberna del Dragón verde, le dijo uno de los hobbits invitándole a sentarse junto a ellos.
-Lleváis toda la razón...mi nombre es Sarcano.
-Yo soy Mereador, ellos son Edd, Pitt y Brand.
-Mucho gusto, un poco de compañía es capaz de mejorar la peor de las noches, respondió Sarcano con amabilidad.
-¿Qué os trae por estos lares? No es frecuente ver hombres en la Comarca, preguntó Edd.
-Aunque no lo creáis, mi linaje tiene raíces hobbits. Tenía curiosidad por conocer la Comarca. Es la primera vez que la visito.
-¡Raíces hobbits! ¿Qué apellido tenían vuestros antepasados? Preguntó sorprendido Mereador.
-Eso es lo que espero averiguar, no tengo muchos datos, respondió Sarcano.
La evasiva de Sarcano no colmó la curiosidad de los integrantes del grupo, pero fue suficiente para crear un ambiente cómodo en el que continuar conversando.
-Propongo un brindis, por la cerveza en noches de tormenta y los encuentros inesperados, dijo Mereador.
Los cinco miembros de la reunión bebieron tras el brindis, haciéndose posteriormente unos segundos de silencio que fueron rotos por el propio Mereador.
-Puede ser buen día para esa historia de la que siempre hablas. Esa que nunca antes has contado Pitt.
El viejo Pitt Botaverde, el más anciano de la reunión, era un conocido narrador de historias que hacía las delicias de los presentes cuando el normal bullicio de la taberna se veía roto por noches solitarias como la de aquella ocasión.
-Bueno... no se, no quiero incomodar a nuestro invitado, dijo Pitt.
-Sin duda, agradecería escuchar una buena historia, dijo Sarcano.
-Venga Pitt, no te hagas rogar, insistió Mereador.
Pitt Botaverde dio un trago más a la pinta y tras un instante de duda, decidió contar su historia.
-Está bien. Sois los primeros cuatro oyentes a los que cuento este relato. Tan secreto es, que soy el único hobbit con vida que lo ha escuchado, y responsables seréis de que el secreto siga siendo guardado. Si accedo a contarlo es porque tal y como dijo el narrador del que lo escuché “estos son tiempos de paz y bonanza, en tiempos difíciles sus conocedores correrían un gran peligro”.
-Es único dando emoción a sus relatos, dijo Mereador a Sarcano.
Aquel comentario pareció importunar a Pitt.
-Mereador, sois un descarado, si no estáis a la altura del relato salid ahora mismo de la taberna y que la lluvia os cale hasta los huesos, dijo Pitt.
-Perdón, perdón, perdón … por favor continuad, dijo Mereador con gesto arrepentido.
Tras hacerse el silencio, el viejo Botaverde comenzó la narración del relato:
“Los vestigios de la batalla dibujaban un paisaje solitario sobre la ciudad. Cada movimiento de la celada había sido ejecutado según lo previsto. En apenas tres días los batallones del rey se hicieron con el dominio de las principales ciudades, puertos y bastiones de su vecino y enemigo reino. La persecución de los supervivientes y exiliados se extendió allende las fronteras de los reinos del este.
En los albores de la era de los hombres, la Tierra Media se teñía con el rojo de la sangre.
-¡Allí! ¡Tras aquellas rocas!, gritó el capitán.
-¡Es él!, ¡Que no escape!
El escuadrón había rastreado los pasos de Quel-Sarak durante siete lunas y siete soles. Finalmente alcanzó a su presa sobre la roca de las montañas.
Antes de que las tropas le dieran alcance, Quel-Sarak ocultó un cesto en una oquedad que parecía ser la entrada a una gruta. Después anduvo hasta un peñasco cercano para atraer a los soldados.
Tras alejarse lo suficiente, se giró, y desde aquella posición elevada esperó desafiante la llegada del escuadrón hasta su ubicación.
-¿Dónde está el bastardo? Preguntó el capitán.
-¿Qué bastardo? Respondió Quel-Sarak.
-¡Buscadlo! No debe haberlo dejado lejos...”.
Pitt Botaverde necesitó poco más de doscientas palabras para captar la atención de la reunión.
Todos escuchaban con interés la vieja y ronca voz de Pitt. Ni siquiera cuando bebían cerveza desviaban la mirada de sus ojos.
”...Varios soldados comenzaron a explorar el terreno rastreando las pisadas. Cuando Quel-Sarak se percató de que uno de ellos se acercaba a la entrada de la gruta, corrió, y abalanzándose sobre él, le asestó una estocada mortal en el cuello. El soldado cayó fulminado sobre el sendero. Quel-Sarak gritó y con gesto desafiante, se despojó de la capa dejando a la vista su piel grisácea y blanca melena..”.
-Aguardad, ¿Piel grisácea y blanca melena? ¿Qué era ese Quel-Sarak? Preguntó Edd.
-Un drow, también conocidos como elfos oscuros, contestó Pitt.
-¿Realmente existen los elfos oscuros? Preguntó Mereador.
-Si no dejáis de interrumpirme juro que dejaré el relato a medias, advirtió Pitt.
-No por favor, continuad, dijo Sarcano intermediando.
Con gesto serio, Pitt retomó el ritmo de la narración...
“Aquella acción provocó la ira del capitán que dio orden de cargar contra el drow.
-¡Acabad con ese monstruo!
Una treintena de soldados lo rodeó empuñando lanzas y escudos. A pesar de ello ninguno parecía tener el coraje suficiente para atacar.
-¿A qué estáis esperando? Insistió el capitán, ¡Matadlo!
-Parece que no has adiestrado lo suficiente a tus perros, dijo Quel-Sarak.
-Antes de que salga la luna tu cabeza estará clavada en una pica, respondió el capitán.
-Que así sea, pero al menos diez de vosotros vendréis conmigo al reino de los muertos. Aún falta decidir quiénes serán, dijo Quel-Sarak empuñando dos bracamantes.
Los soldados permanecían inmóviles, limitándose a mantener una tensa posición de guardia. Ante la pasividad de estos, el capitán desenvainó la espada y acercándose a uno de sus hombres, que se encontraba de espaldas a él, lo atravesó con su acero.
-¡Atacad o yo mismo acabaré con vosotros!
La amenaza del capitán provocó el primer movimiento de uno de los soldados desencadenando la lucha. Quel-Sarak esquivó con certeza la lanza desplazándose hacia la derecha y devolvió la acometida hiriendo a su adversario. Al primer ataque le siguieron una sucesión interminable de embestidas. El drow sorteaba a sus rivales, rechazaba las estocadas y se movía con agilidad para evitar ser acorralado. Cuatro de los soldados yacían ya en el suelo cuando, por primera vez, una lanza le rozó el brazo derecho sin tan siquiera hacerle sangrar.
Danzaba entre sus adversarios imponiendo su fortaleza en el cuerpo a cuerpo hasta que de pronto, una saeta silbó en el campo de batalla. El capitán, ante el devenir de la contienda, disparó una ballesta clavando la saeta en el hombro derecho de Quel-Sarak. Tras la punzada inicial, el fugitivo continuó luchando con la consciencia de que no había esperanza de que la lucha tuviera un final que le fuera propicio.
El cansancio comenzaba a hacer mella en el drow, tras varios días huyendo sin descansar ni alimentarse, no sería capaz de mantener el esfuerzo durante mucho tiempo.
Cuando la lucha se encontraba en pleno apogeo, uno de los lugartenientes de la mesnada, que observaba la lucha desde la lejanía, desmontó del caballo y haciéndose hueco entre las tropas se dirigió hacia el monstruo. Su destreza con la espada hizo que Quel-Sarak tuviera que centrar su atención en él. Pero aquel enfrentamiento distaba mucho de ser un combate singular justo, ya que el resto de soldados aprovechaban cada oportunidad que les brindaba el duelo para lanzar ataques por sorpresa que difícilmente el drow podía esquivar.
En una de las ocasiones, tras recibir dos lanzadas de las tropas que rodeaban el círculo en el que luchaban, Quel-Sarak giró su posición hacia el exterior. Tras el movimiento, gritó y descargó su ira contra la formación acabando con la vida de tres de los soldados y provocando la retirada del resto.
Nueve soldados habían sido ya abatidos, pero las heridas sufridas por Quel-Sarak comenzaban a sangrar en abundancia y el combate se volvía más y más exigente. Cuando en una segunda ocasión intentó repetir el movimiento de ataque a los soldados que lo rodeaban, su oponente acertó a clavarle su espada en el costado izquierdo.
Una sonrisa cruel se dibujó en la cara del capitán que desde la distancia observaba la lucha.
El fin parecía próximo, Quel-Sarak se inclinó, soltó uno de los bracamantes y cubriendo la herida recibida con el brazo izquierdo mantenía la guardia con dificultad portando ahora un solo arma. El capitán volvió a armar la ballesta y una nueva saeta hizo blanco en el drow, en esta ocasión en el pecho.
Quel-Sarak hincó una rodilla en el suelo y escupió sangre, los soldados mantenían el círculo en torno a él, ya sin atacar. El lugarteniente miró al capitán a la espera de la orden de acabar con su vida. Tras recibir la mirada de aprobación, alzó la espada, pero al bajarla Quel-Sarak rechazó el ataque. Tomó impulso reuniendo las fuerzas que le quedaban para correr esquivando a las tropas, y saltar lanzando una última embestida contra el capitán. Al abalanzarse sobre él, lo derribó del caballo y a pesar de recibir varias lanzadas en el trayecto, se situó sobre su cuerpo.
-¡Tú eres el décimo! Gritó hundiendo el acero sobre su garganta.
Tras acabar con la vida del capitán, Quel-Sarak recibió la herida mortal de una lanza que le atravesó el pecho, cayendo inerte sobre el piso.
-Diez vidas contra una y aún así es una victoria, murmuró uno de los soldados.
Finalizada la lucha, dos de los soldados comenzaron a inspeccionar la gruta. Al acercarse a la pequeña entrada, divisaron el cesto. El soldado de menor corpulencia introdujo medio cuerpo en la oquedad, y estiró el brazo hasta que pudo agarrarlo.
Después de liberarse con dificultad de las rocas, entregó el cesto al lugarteniente, pero este estaba vacío”.
La atención y la expectación se reflejaba en la cara de Sarcano, Mereador, Edd y Brand. El silencio de Pitt Botaverde, hizo temer por un instante que el relato hubiera terminado, por lo que a pesar de las advertencias previas, Mereador no pudo evitar intervenir.
-No puede acabar así, ¿verdad? Preguntó Mereador.
En esta ocasión la reacción de Pitt fue más amable, sonriendo ante el interés que su historia despertaba entre los oyentes.
-¿Verdad? Preguntaron también Edd y Brand.
-No, no acaba así, aunque mi jarra está vacía...dijo el viejo Botaverde.
Rápidamente Mereador se dirigió a la barra a pedir cinco pintas de cerveza mientras murmuraba entre dientes,”...la está contando, su historia, la está contando...”.
A penas Mereador llegó a la mesa con las pintas, Pitt refrescó su garganta para continuar narrando su relato.
-Os estaréis preguntando en qué reino de los hombres sucedió la historia. Por qué un drow escondía a un niño o qué reyes participaron en la batalla previa...Os advierto de que no todas vuestras preguntas hallarán respuesta ya que el propio relato protege a sus oyentes omitiendo parte de lo sucedido...A pesar de ello queda mucho que contar...
Pitt volvió a dar un trago a su jarra y continuó con la narración.
“ Nueve fueron los anillos de poder entregados a los reyes de los hombres, nueve fueron los reinos gobernados por los reyes, y aquella contienda ocurrió entre dos de los más poderosos...
La enemistad de ambos monarcas se forjó en el trato amable que uno de ellos dispensaba a todas las razas que poblaban su reino... enanos, elfos e incluso hobbits. Su vecino rey no entendía que los hombres no tuvieran mayores favores de la corona que el resto de razas. O al menos esa fue la excusa que le sirvió para saciar sus ansias de poder y conquistar así las riquezas de su otrora reino amigo.
A través de sus informadores en la corte vecina, tuvo conocimiento de que el monarca engendraría un bastardo con una doncella no humana. Lo que supuso el detonante para desencadenar la guerra”.
-¡Una doncella no humana!Interrumpió Brand.
El duro gesto del viejo Botaverde fue en esta ocasión suficiente para volver a conseguir el deseado silencio.
“El tiempo pasó y pasó, y la dominación de un reino sobre otro se prolongó incluso tras la abdicación del rey conquistador en su hijo. El cruel vástago del monarca continuó la senda iniciada por su padre.
Y así fue como en unas fiestas organizadas para conmemorar la dominación de un reino sobre el otro el nuevo rey se cruzó con su destino...La inquina del monarca hacia el resto de razas de la Tierra Media había calado en parte de la población. Por eso, en mitad de los juegos, el monarca inculpó en la comisión de actos vandálicos, a sabiendas de su falsedad, a un elfo, un enano y un hobbit, cuya estatura era mayor que la de un hobbit normal, tomándolos prisioneros y organizando un espectáculo que alentara a las masas.
Situó un estrado en el centro de la plaza, e hizo que los soldados colocaran al elfo, al enano y al hobbit en línea recta, uno tras otro con varios pies de separación entre ellos.
El rey subió al estrado acompañado por sus guardias y los nobles que habían compartido comida y bebida con él durante el banquete. En su mano portaba dos racimos de uvas, uno de uvas verdes y otro de uvas moradas.
Tras los vítores de la muchedumbre, el monarca tomó la palabra.
-Escuchad todos porque sólo lo diré una vez. El elfo, el enano y ese extraño hobbit serán colocados en el estrado con las manos atadas a la espalda.
A continuación el rey cogió de los racimos tres uvas verdes y dos uvas moradas que mostró al público colocándolas en una mesa contigua al estrado.
-De entre estas cinco uvas, escogeré tres que deberán ser sujetadas por los condenados con sus manos atadas a la espalda. Disculpadme, por los detenidos, dijo el rey con tono irónico.
La explicación continuó.
-El elfo se situará en la parte posterior, y más elevada, del estrado, por lo que podrá ver las uvas que portan el enano y el hobbit. Tú, dijo señalando al enano, te situarás en el centro, por lo que sólo verás qué uva tiene el hobbit. Y tú, el hobbit alto, serás el primero del estrado, por lo que no verás las uvas de tus compañeros.
Durante su exposición rey se dirigía tanto a los prisioneros, como a los nobles y al gentío que los rodeaba.
-Una vez estéis colocados, al menos uno de vosotros debe deducir el color de su uva. Podéis hablar o callar pero si los tres calláis los tres morís. Si el que habla da la respuesta equivocada los tres morís. Si el que acierta es incapaz de razonar su respuesta, los tres morís. Si alguno de los tres se gira o intenta ver el color de su uva los tres morís.
-¿Y si acertamos el color de la uva, qué ganamos? Preguntó el hobbit.
La pregunta, importunó al rey, que rodeado de su pueblo no quería dar muestras de debilidad, por lo que su respuesta fue arriesgada al estar confiado de su victoria.
-Aquel de los tres que acierte el color de su uva, salvará la vida de sus compañeros así como la suya propia, y podrá pedir lo que quiera.
-¿Lo que quiera? Insistió el hobbit.
-Sí, lo que quiera, respondió de forma impulsiva el rey.
Los guardias ataron las manos del elfo, el enano y el hobbit a sus espaldas y los situaron en la posición indicada.
Para aumentar el interés por el siniestro juego, el rey permitió que se apostase sobre cuál sería el resultado del mismo. Señores, nobles, mercaderes y apostantes se arremolinaban en torno a la improvisada mesa de apuestas que se había situado sobre el estrado. Las monedas comenzaron a danzar. La apuesta mínima era de cinco monedas de oro, admitiéndose el cambio de dos monedas de plata por cada moneda de oro.
-¡Es imposible que se libren de la muerte!...¡Diez monedas de oro a que los tres acaban ahorcados!
Ningún Señor o mercader parecía estar dispuesto a jugar su dinero a favor de los tres prisioneros.
La sonrisa volvió a dibujarse en la cara del rey, que escuchaba el tintineo de las monedas desde un cómodo sillón que había ordenado situar en el estrado. El monarca ganaba siempre que había una apuesta ya que le correspondían dos de cada diez monedas del montante final, fuese cual fuese el resultado de lo apostado.
El elfo, el enano y el hobbit se encontraban ya subidos en el estrado, con las manos atadas a la espalda y una venda en sus ojos. En la mesa de apuestas el movimiento parecía haber parado.
El hobbit comenzó a pensar sobre el reto propuesto, aunque sin las respuestas del elfo y el enano era imposible razonar nada.
El rey tomo las tres uvas verdes y las dos uvas moradas y subió al estrado. La primera uva que alzó fue una uva verde que dio al elfo, este la sujetó tras su espalda. Antes de entregar la uva la mostró a los apostantes para que no hubiera dudas. Volvió a repetir la jugada con el enano, volviendo a elegir una uva de color verde. Finalmente se acercó al hobbit y también le entregó una uva de color verde. Las dos uvas moradas fueron colocadas en la parte posterior del estrado, fuera del alcance de la vista de los tres prisioneros.
-Si escucho a alguien, que no sea el elfo, el enano o el hobbit pronunciar una sola palabra yo mismo le cortaré la cabeza, dijo el rey.
La apuesta estaba a punto de comenzar, un guardia que ejercía las veces de verdugo cuando la ocasión lo requería, sacó un pequeño reloj de arena y quitó la venda de los ojos al elfo, al enano y al hobbit. Hizo girar el reloj y lo situó delante del elfo.
-Cuando la arena haya descendido totalmente debéis hablar o callar. Si elegís hablar debéis decir el color de vuestra uva y el por qué de la respuesta, si calláis se realizará la misma pregunta al siguiente prisionero.
La arena del reloj comenzó a bajar entre el silencio de los presentes.
El elfo podía ver desde su posición que tanto el enano como el hobbit tenían una uva verde entre sus manos, por lo que no podía saber a ciencia cierta si su uva era verde o morada. Cuando el reloj de arena descendió completamente el elfo permaneció callado.
El guardia recogió el reloj de arena del suelo y lo situó delante del enano. El tiempo comenzó a correr mientras repetía la explicación. Al mirar hacia el hobbit pudo observar que la uva que portaba era de color verde. El enano cerró los ojos razonando el por qué del silencio del elfo, pero cuando su tiempo terminó también permaneció callado.
Una sonrisa se dibujó en la cara de los señores y mercaderes, todos habían apostado por la muerte de los tres prisioneros y esta parecía cercana.
-La decisión es tuya pequeño, tú no puedes callar, dijo el guardia al hobbit mientras repetía la operación.
Al igual que el enano, el hobbit cerró los ojos y comenzó a pensar. La arena apenas tardaba unos segundos en llegar a su destino pero al hobbit le pareció que el tiempo se hubiera detenido. Antes de que el reloj terminase, abrió los ojos y miró al rey.
-Si acierto el color de mi uva...¿podré pedir cualquier cosa?, insistió el hobbit.
-Jajaja si aciertas podrás pedir lo que desees dijo el rey algo nervioso.
-Mi uva es verde, gritó el hobbit.
-Debe explicar por qué, se apresuró a decir uno de los nobles.
El rey, con sonriente gesto forzado en su rostro, pidió inmediatamente al hobbit la motivación de su respuesta.
Tras el primer impulso y la seguridad con la que el hobbit aseveró que su uva era verde, al prisionero le entraron dudas ya que su respuesta presuponía el razonamiento lógico de sus compañeros. A pesar de ello comenzó su explicación.
-El elfo permaneció en silencio. Si hubiera visto que el enano y yo teníamos las dos uvas moradas, habría dicho que su uva era verde. Al no ser así, el turno pasó al enano.
El hobbit continuó su razonamiento.
-Sobre la base de que el elfo no vio dos uvas moradas, las opciones de su visión fueron dos: dos uvas verdes o una uva verde y otra morada.
Algunos de los apostantes ya habían perdido el hilo del razonamiento pero permanecían atentos a las palabras del hobbit.
-Con la primera de las opciones, la de las dos uvas verdes, mi uva sería verde. Pero con la segunda de las opciones se hace necesario determinar quién tendría la uva verde y quién la uva morada.
A esas alturas muchos de los apostantes se miraban entre ellos, algunos sorprendidos por la capacidad de expresión del hobbit, otros temiendo perder la apuesta realizada y la mayoría sin ser capaces de entender lo que decía.
-Si en la segunda opción mi uva fuera morada, el enano debería haber pensado:”Veo la uva morada del hobbit. Si yo también hubiera tenida una uva morada, el elfo habría respondido que su uva era verde. Como permaneció en silencio, mi uva es de verde”. Por el contrario el enano también permaneció callado, luego la uva que vio en mis manos no era de morada ¡Mi uva es verde!
El silencio de la plaza se rompió con los pausados y forzados aplausos del rey.
-Llevo veinte años ejecutando a prisioneros, nobles, esclavos, mercaderes y apostantes deslenguados con el acertijo de las uvas. Nunca nadie fue capaz de vencer al acertijo, ni siquiera de decir tres frases con sentido...”
Mereador, Edd, Brand y Sarcano ni siquiera pestañearon durante la narración del acertijo de las uvas, asintiendo tras la explicación de cada respuesta de los prisioneros que exponía Pitt Botaverde.
-¡Sensacional razonamiento!, Digno de un hobbit sí señor, dijo Mereador.
-¿Qué pidió el hobbit? Dijo Brand.
-Que el rey durmiera cada noche en el mayor castillo de todos los reinos de los hombres, dijo Sarcano.
-¡Así es! Dijo Pitt Botaverde con voz temblorosa. El castillo de su reino de origen, por lo que aquella petición supuso la liberación del reino...
-¿Cómo sabíais la respuesta? Preguntó Mereador a Sarcano.
-Mi madre solía contarme la historia del acertijo de las uvas cada noche para dormir, respondió Sarcano...
-Entonces...¿Aquel hobbit más alto de lo normal era el bastardo que protegía Quel-Sarak? Dijo Brand.
-¿Y la doncella de la corte era una doncella hobbit? Dijo Edd.
- El legítimo sucesor del reino tras la muerte de su padre...Dijo Mereador.
Los cuatro hobbits se giraron mirando a Sarcano que se había descalzado de sus botas dejando al descubierto dos enormes y peludos pies hobbits.
-¿Y tú eres...? Preguntó Pitt Botaverde.
-Sólo alguien que sabía el final de la historia, respondió Sarcano.
HYAKINTHOS
Era noche cerrada cuando Sarcano abrió la puerta de la Taberna del Dragón Verde. La dura tormenta había dibujado un ambiente solitario en el salón principal del figón. Solo un grupo de cuatro hobbits bebía en torno a una mesa rectangular cercana a la chimenea. Tras pedir una pinta de cerveza en la barra, Sarcano tomó asiento junto al fuego para secar sus ropajes y sus enormes botas. El viaje había sido largo y aquella inesperada tormenta era un contratiempo.
Mientras calentaba sus manos a la lumbre del fuego, uno de los integrantes de la reunión llamó su atención.
-Nadie debería beber sólo en la Taberna del Dragón verde, le dijo uno de los hobbits invitándole a sentarse junto a ellos.
-Lleváis toda la razón...mi nombre es Sarcano.
-Yo soy Mereador, ellos son Edd, Pitt y Brand.
-Mucho gusto, un poco de compañía es capaz de mejorar la peor de las noches, respondió Sarcano con amabilidad.
-¿Qué os trae por estos lares? No es frecuente ver hombres en la Comarca, preguntó Edd.
-Aunque no lo creáis, mi linaje tiene raíces hobbits. Tenía curiosidad por conocer la Comarca. Es la primera vez que la visito.
-¡Raíces hobbits! ¿Qué apellido tenían vuestros antepasados? Preguntó sorprendido Mereador.
-Eso es lo que espero averiguar, no tengo muchos datos, respondió Sarcano.
La evasiva de Sarcano no colmó la curiosidad de los integrantes del grupo, pero fue suficiente para crear un ambiente cómodo en el que continuar conversando.
-Propongo un brindis, por la cerveza en noches de tormenta y los encuentros inesperados, dijo Mereador.
Los cinco miembros de la reunión bebieron tras el brindis, haciéndose posteriormente unos segundos de silencio que fueron rotos por el propio Mereador.
-Puede ser buen día para esa historia de la que siempre hablas. Esa que nunca antes has contado Pitt.
El viejo Pitt Botaverde, el más anciano de la reunión, era un conocido narrador de historias que hacía las delicias de los presentes cuando el normal bullicio de la taberna se veía roto por noches solitarias como la de aquella ocasión.
-Bueno... no se, no quiero incomodar a nuestro invitado, dijo Pitt.
-Sin duda, agradecería escuchar una buena historia, dijo Sarcano.
-Venga Pitt, no te hagas rogar, insistió Mereador.
Pitt Botaverde dio un trago más a la pinta y tras un instante de duda, decidió contar su historia.
-Está bien. Sois los primeros cuatro oyentes a los que cuento este relato. Tan secreto es, que soy el único hobbit con vida que lo ha escuchado, y responsables seréis de que el secreto siga siendo guardado. Si accedo a contarlo es porque tal y como dijo el narrador del que lo escuché “estos son tiempos de paz y bonanza, en tiempos difíciles sus conocedores correrían un gran peligro”.
-Es único dando emoción a sus relatos, dijo Mereador a Sarcano.
Aquel comentario pareció importunar a Pitt.
-Mereador, sois un descarado, si no estáis a la altura del relato salid ahora mismo de la taberna y que la lluvia os cale hasta los huesos, dijo Pitt.
-Perdón, perdón, perdón … por favor continuad, dijo Mereador con gesto arrepentido.
Tras hacerse el silencio, el viejo Botaverde comenzó la narración del relato:
“Los vestigios de la batalla dibujaban un paisaje solitario sobre la ciudad. Cada movimiento de la celada había sido ejecutado según lo previsto. En apenas tres días los batallones del rey se hicieron con el dominio de las principales ciudades, puertos y bastiones de su vecino y enemigo reino. La persecución de los supervivientes y exiliados se extendió allende las fronteras de los reinos del este.
En los albores de la era de los hombres, la Tierra Media se teñía con el rojo de la sangre.
-¡Allí! ¡Tras aquellas rocas!, gritó el capitán.
-¡Es él!, ¡Que no escape!
El escuadrón había rastreado los pasos de Quel-Sarak durante siete lunas y siete soles. Finalmente alcanzó a su presa sobre la roca de las montañas.
Antes de que las tropas le dieran alcance, Quel-Sarak ocultó un cesto en una oquedad que parecía ser la entrada a una gruta. Después anduvo hasta un peñasco cercano para atraer a los soldados.
Tras alejarse lo suficiente, se giró, y desde aquella posición elevada esperó desafiante la llegada del escuadrón hasta su ubicación.
-¿Dónde está el bastardo? Preguntó el capitán.
-¿Qué bastardo? Respondió Quel-Sarak.
-¡Buscadlo! No debe haberlo dejado lejos...”.
Pitt Botaverde necesitó poco más de doscientas palabras para captar la atención de la reunión.
Todos escuchaban con interés la vieja y ronca voz de Pitt. Ni siquiera cuando bebían cerveza desviaban la mirada de sus ojos.
”...Varios soldados comenzaron a explorar el terreno rastreando las pisadas. Cuando Quel-Sarak se percató de que uno de ellos se acercaba a la entrada de la gruta, corrió, y abalanzándose sobre él, le asestó una estocada mortal en el cuello. El soldado cayó fulminado sobre el sendero. Quel-Sarak gritó y con gesto desafiante, se despojó de la capa dejando a la vista su piel grisácea y blanca melena..”.
-Aguardad, ¿Piel grisácea y blanca melena? ¿Qué era ese Quel-Sarak? Preguntó Edd.
-Un drow, también conocidos como elfos oscuros, contestó Pitt.
-¿Realmente existen los elfos oscuros? Preguntó Mereador.
-Si no dejáis de interrumpirme juro que dejaré el relato a medias, advirtió Pitt.
-No por favor, continuad, dijo Sarcano intermediando.
Con gesto serio, Pitt retomó el ritmo de la narración...
“Aquella acción provocó la ira del capitán que dio orden de cargar contra el drow.
-¡Acabad con ese monstruo!
Una treintena de soldados lo rodeó empuñando lanzas y escudos. A pesar de ello ninguno parecía tener el coraje suficiente para atacar.
-¿A qué estáis esperando? Insistió el capitán, ¡Matadlo!
-Parece que no has adiestrado lo suficiente a tus perros, dijo Quel-Sarak.
-Antes de que salga la luna tu cabeza estará clavada en una pica, respondió el capitán.
-Que así sea, pero al menos diez de vosotros vendréis conmigo al reino de los muertos. Aún falta decidir quiénes serán, dijo Quel-Sarak empuñando dos bracamantes.
Los soldados permanecían inmóviles, limitándose a mantener una tensa posición de guardia. Ante la pasividad de estos, el capitán desenvainó la espada y acercándose a uno de sus hombres, que se encontraba de espaldas a él, lo atravesó con su acero.
-¡Atacad o yo mismo acabaré con vosotros!
La amenaza del capitán provocó el primer movimiento de uno de los soldados desencadenando la lucha. Quel-Sarak esquivó con certeza la lanza desplazándose hacia la derecha y devolvió la acometida hiriendo a su adversario. Al primer ataque le siguieron una sucesión interminable de embestidas. El drow sorteaba a sus rivales, rechazaba las estocadas y se movía con agilidad para evitar ser acorralado. Cuatro de los soldados yacían ya en el suelo cuando, por primera vez, una lanza le rozó el brazo derecho sin tan siquiera hacerle sangrar.
Danzaba entre sus adversarios imponiendo su fortaleza en el cuerpo a cuerpo hasta que de pronto, una saeta silbó en el campo de batalla. El capitán, ante el devenir de la contienda, disparó una ballesta clavando la saeta en el hombro derecho de Quel-Sarak. Tras la punzada inicial, el fugitivo continuó luchando con la consciencia de que no había esperanza de que la lucha tuviera un final que le fuera propicio.
El cansancio comenzaba a hacer mella en el drow, tras varios días huyendo sin descansar ni alimentarse, no sería capaz de mantener el esfuerzo durante mucho tiempo.
Cuando la lucha se encontraba en pleno apogeo, uno de los lugartenientes de la mesnada, que observaba la lucha desde la lejanía, desmontó del caballo y haciéndose hueco entre las tropas se dirigió hacia el monstruo. Su destreza con la espada hizo que Quel-Sarak tuviera que centrar su atención en él. Pero aquel enfrentamiento distaba mucho de ser un combate singular justo, ya que el resto de soldados aprovechaban cada oportunidad que les brindaba el duelo para lanzar ataques por sorpresa que difícilmente el drow podía esquivar.
En una de las ocasiones, tras recibir dos lanzadas de las tropas que rodeaban el círculo en el que luchaban, Quel-Sarak giró su posición hacia el exterior. Tras el movimiento, gritó y descargó su ira contra la formación acabando con la vida de tres de los soldados y provocando la retirada del resto.
Nueve soldados habían sido ya abatidos, pero las heridas sufridas por Quel-Sarak comenzaban a sangrar en abundancia y el combate se volvía más y más exigente. Cuando en una segunda ocasión intentó repetir el movimiento de ataque a los soldados que lo rodeaban, su oponente acertó a clavarle su espada en el costado izquierdo.
Una sonrisa cruel se dibujó en la cara del capitán que desde la distancia observaba la lucha.
El fin parecía próximo, Quel-Sarak se inclinó, soltó uno de los bracamantes y cubriendo la herida recibida con el brazo izquierdo mantenía la guardia con dificultad portando ahora un solo arma. El capitán volvió a armar la ballesta y una nueva saeta hizo blanco en el drow, en esta ocasión en el pecho.
Quel-Sarak hincó una rodilla en el suelo y escupió sangre, los soldados mantenían el círculo en torno a él, ya sin atacar. El lugarteniente miró al capitán a la espera de la orden de acabar con su vida. Tras recibir la mirada de aprobación, alzó la espada, pero al bajarla Quel-Sarak rechazó el ataque. Tomó impulso reuniendo las fuerzas que le quedaban para correr esquivando a las tropas, y saltar lanzando una última embestida contra el capitán. Al abalanzarse sobre él, lo derribó del caballo y a pesar de recibir varias lanzadas en el trayecto, se situó sobre su cuerpo.
-¡Tú eres el décimo! Gritó hundiendo el acero sobre su garganta.
Tras acabar con la vida del capitán, Quel-Sarak recibió la herida mortal de una lanza que le atravesó el pecho, cayendo inerte sobre el piso.
-Diez vidas contra una y aún así es una victoria, murmuró uno de los soldados.
Finalizada la lucha, dos de los soldados comenzaron a inspeccionar la gruta. Al acercarse a la pequeña entrada, divisaron el cesto. El soldado de menor corpulencia introdujo medio cuerpo en la oquedad, y estiró el brazo hasta que pudo agarrarlo.
Después de liberarse con dificultad de las rocas, entregó el cesto al lugarteniente, pero este estaba vacío”.
La atención y la expectación se reflejaba en la cara de Sarcano, Mereador, Edd y Brand. El silencio de Pitt Botaverde, hizo temer por un instante que el relato hubiera terminado, por lo que a pesar de las advertencias previas, Mereador no pudo evitar intervenir.
-No puede acabar así, ¿verdad? Preguntó Mereador.
En esta ocasión la reacción de Pitt fue más amable, sonriendo ante el interés que su historia despertaba entre los oyentes.
-¿Verdad? Preguntaron también Edd y Brand.
-No, no acaba así, aunque mi jarra está vacía...dijo el viejo Botaverde.
Rápidamente Mereador se dirigió a la barra a pedir cinco pintas de cerveza mientras murmuraba entre dientes,”...la está contando, su historia, la está contando...”.
A penas Mereador llegó a la mesa con las pintas, Pitt refrescó su garganta para continuar narrando su relato.
-Os estaréis preguntando en qué reino de los hombres sucedió la historia. Por qué un drow escondía a un niño o qué reyes participaron en la batalla previa...Os advierto de que no todas vuestras preguntas hallarán respuesta ya que el propio relato protege a sus oyentes omitiendo parte de lo sucedido...A pesar de ello queda mucho que contar...
Pitt volvió a dar un trago a su jarra y continuó con la narración.
“ Nueve fueron los anillos de poder entregados a los reyes de los hombres, nueve fueron los reinos gobernados por los reyes, y aquella contienda ocurrió entre dos de los más poderosos...
La enemistad de ambos monarcas se forjó en el trato amable que uno de ellos dispensaba a todas las razas que poblaban su reino... enanos, elfos e incluso hobbits. Su vecino rey no entendía que los hombres no tuvieran mayores favores de la corona que el resto de razas. O al menos esa fue la excusa que le sirvió para saciar sus ansias de poder y conquistar así las riquezas de su otrora reino amigo.
A través de sus informadores en la corte vecina, tuvo conocimiento de que el monarca engendraría un bastardo con una doncella no humana. Lo que supuso el detonante para desencadenar la guerra”.
-¡Una doncella no humana!Interrumpió Brand.
El duro gesto del viejo Botaverde fue en esta ocasión suficiente para volver a conseguir el deseado silencio.
“El tiempo pasó y pasó, y la dominación de un reino sobre otro se prolongó incluso tras la abdicación del rey conquistador en su hijo. El cruel vástago del monarca continuó la senda iniciada por su padre.
Y así fue como en unas fiestas organizadas para conmemorar la dominación de un reino sobre el otro el nuevo rey se cruzó con su destino...La inquina del monarca hacia el resto de razas de la Tierra Media había calado en parte de la población. Por eso, en mitad de los juegos, el monarca inculpó en la comisión de actos vandálicos, a sabiendas de su falsedad, a un elfo, un enano y un hobbit, cuya estatura era mayor que la de un hobbit normal, tomándolos prisioneros y organizando un espectáculo que alentara a las masas.
Situó un estrado en el centro de la plaza, e hizo que los soldados colocaran al elfo, al enano y al hobbit en línea recta, uno tras otro con varios pies de separación entre ellos.
El rey subió al estrado acompañado por sus guardias y los nobles que habían compartido comida y bebida con él durante el banquete. En su mano portaba dos racimos de uvas, uno de uvas verdes y otro de uvas moradas.
Tras los vítores de la muchedumbre, el monarca tomó la palabra.
-Escuchad todos porque sólo lo diré una vez. El elfo, el enano y ese extraño hobbit serán colocados en el estrado con las manos atadas a la espalda.
A continuación el rey cogió de los racimos tres uvas verdes y dos uvas moradas que mostró al público colocándolas en una mesa contigua al estrado.
-De entre estas cinco uvas, escogeré tres que deberán ser sujetadas por los condenados con sus manos atadas a la espalda. Disculpadme, por los detenidos, dijo el rey con tono irónico.
La explicación continuó.
-El elfo se situará en la parte posterior, y más elevada, del estrado, por lo que podrá ver las uvas que portan el enano y el hobbit. Tú, dijo señalando al enano, te situarás en el centro, por lo que sólo verás qué uva tiene el hobbit. Y tú, el hobbit alto, serás el primero del estrado, por lo que no verás las uvas de tus compañeros.
Durante su exposición rey se dirigía tanto a los prisioneros, como a los nobles y al gentío que los rodeaba.
-Una vez estéis colocados, al menos uno de vosotros debe deducir el color de su uva. Podéis hablar o callar pero si los tres calláis los tres morís. Si el que habla da la respuesta equivocada los tres morís. Si el que acierta es incapaz de razonar su respuesta, los tres morís. Si alguno de los tres se gira o intenta ver el color de su uva los tres morís.
-¿Y si acertamos el color de la uva, qué ganamos? Preguntó el hobbit.
La pregunta, importunó al rey, que rodeado de su pueblo no quería dar muestras de debilidad, por lo que su respuesta fue arriesgada al estar confiado de su victoria.
-Aquel de los tres que acierte el color de su uva, salvará la vida de sus compañeros así como la suya propia, y podrá pedir lo que quiera.
-¿Lo que quiera? Insistió el hobbit.
-Sí, lo que quiera, respondió de forma impulsiva el rey.
Los guardias ataron las manos del elfo, el enano y el hobbit a sus espaldas y los situaron en la posición indicada.
Para aumentar el interés por el siniestro juego, el rey permitió que se apostase sobre cuál sería el resultado del mismo. Señores, nobles, mercaderes y apostantes se arremolinaban en torno a la improvisada mesa de apuestas que se había situado sobre el estrado. Las monedas comenzaron a danzar. La apuesta mínima era de cinco monedas de oro, admitiéndose el cambio de dos monedas de plata por cada moneda de oro.
-¡Es imposible que se libren de la muerte!...¡Diez monedas de oro a que los tres acaban ahorcados!
Ningún Señor o mercader parecía estar dispuesto a jugar su dinero a favor de los tres prisioneros.
La sonrisa volvió a dibujarse en la cara del rey, que escuchaba el tintineo de las monedas desde un cómodo sillón que había ordenado situar en el estrado. El monarca ganaba siempre que había una apuesta ya que le correspondían dos de cada diez monedas del montante final, fuese cual fuese el resultado de lo apostado.
El elfo, el enano y el hobbit se encontraban ya subidos en el estrado, con las manos atadas a la espalda y una venda en sus ojos. En la mesa de apuestas el movimiento parecía haber parado.
El hobbit comenzó a pensar sobre el reto propuesto, aunque sin las respuestas del elfo y el enano era imposible razonar nada.
El rey tomo las tres uvas verdes y las dos uvas moradas y subió al estrado. La primera uva que alzó fue una uva verde que dio al elfo, este la sujetó tras su espalda. Antes de entregar la uva la mostró a los apostantes para que no hubiera dudas. Volvió a repetir la jugada con el enano, volviendo a elegir una uva de color verde. Finalmente se acercó al hobbit y también le entregó una uva de color verde. Las dos uvas moradas fueron colocadas en la parte posterior del estrado, fuera del alcance de la vista de los tres prisioneros.
-Si escucho a alguien, que no sea el elfo, el enano o el hobbit pronunciar una sola palabra yo mismo le cortaré la cabeza, dijo el rey.
La apuesta estaba a punto de comenzar, un guardia que ejercía las veces de verdugo cuando la ocasión lo requería, sacó un pequeño reloj de arena y quitó la venda de los ojos al elfo, al enano y al hobbit. Hizo girar el reloj y lo situó delante del elfo.
-Cuando la arena haya descendido totalmente debéis hablar o callar. Si elegís hablar debéis decir el color de vuestra uva y el por qué de la respuesta, si calláis se realizará la misma pregunta al siguiente prisionero.
La arena del reloj comenzó a bajar entre el silencio de los presentes.
El elfo podía ver desde su posición que tanto el enano como el hobbit tenían una uva verde entre sus manos, por lo que no podía saber a ciencia cierta si su uva era verde o morada. Cuando el reloj de arena descendió completamente el elfo permaneció callado.
El guardia recogió el reloj de arena del suelo y lo situó delante del enano. El tiempo comenzó a correr mientras repetía la explicación. Al mirar hacia el hobbit pudo observar que la uva que portaba era de color verde. El enano cerró los ojos razonando el por qué del silencio del elfo, pero cuando su tiempo terminó también permaneció callado.
Una sonrisa se dibujó en la cara de los señores y mercaderes, todos habían apostado por la muerte de los tres prisioneros y esta parecía cercana.
-La decisión es tuya pequeño, tú no puedes callar, dijo el guardia al hobbit mientras repetía la operación.
Al igual que el enano, el hobbit cerró los ojos y comenzó a pensar. La arena apenas tardaba unos segundos en llegar a su destino pero al hobbit le pareció que el tiempo se hubiera detenido. Antes de que el reloj terminase, abrió los ojos y miró al rey.
-Si acierto el color de mi uva...¿podré pedir cualquier cosa?, insistió el hobbit.
-Jajaja si aciertas podrás pedir lo que desees dijo el rey algo nervioso.
-Mi uva es verde, gritó el hobbit.
-Debe explicar por qué, se apresuró a decir uno de los nobles.
El rey, con sonriente gesto forzado en su rostro, pidió inmediatamente al hobbit la motivación de su respuesta.
Tras el primer impulso y la seguridad con la que el hobbit aseveró que su uva era verde, al prisionero le entraron dudas ya que su respuesta presuponía el razonamiento lógico de sus compañeros. A pesar de ello comenzó su explicación.
-El elfo permaneció en silencio. Si hubiera visto que el enano y yo teníamos las dos uvas moradas, habría dicho que su uva era verde. Al no ser así, el turno pasó al enano.
El hobbit continuó su razonamiento.
-Sobre la base de que el elfo no vio dos uvas moradas, las opciones de su visión fueron dos: dos uvas verdes o una uva verde y otra morada.
Algunos de los apostantes ya habían perdido el hilo del razonamiento pero permanecían atentos a las palabras del hobbit.
-Con la primera de las opciones, la de las dos uvas verdes, mi uva sería verde. Pero con la segunda de las opciones se hace necesario determinar quién tendría la uva verde y quién la uva morada.
A esas alturas muchos de los apostantes se miraban entre ellos, algunos sorprendidos por la capacidad de expresión del hobbit, otros temiendo perder la apuesta realizada y la mayoría sin ser capaces de entender lo que decía.
-Si en la segunda opción mi uva fuera morada, el enano debería haber pensado:”Veo la uva morada del hobbit. Si yo también hubiera tenida una uva morada, el elfo habría respondido que su uva era verde. Como permaneció en silencio, mi uva es de verde”. Por el contrario el enano también permaneció callado, luego la uva que vio en mis manos no era de morada ¡Mi uva es verde!
El silencio de la plaza se rompió con los pausados y forzados aplausos del rey.
-Llevo veinte años ejecutando a prisioneros, nobles, esclavos, mercaderes y apostantes deslenguados con el acertijo de las uvas. Nunca nadie fue capaz de vencer al acertijo, ni siquiera de decir tres frases con sentido...”
Mereador, Edd, Brand y Sarcano ni siquiera pestañearon durante la narración del acertijo de las uvas, asintiendo tras la explicación de cada respuesta de los prisioneros que exponía Pitt Botaverde.
-¡Sensacional razonamiento!, Digno de un hobbit sí señor, dijo Mereador.
-¿Qué pidió el hobbit? Dijo Brand.
-Que el rey durmiera cada noche en el mayor castillo de todos los reinos de los hombres, dijo Sarcano.
-¡Así es! Dijo Pitt Botaverde con voz temblorosa. El castillo de su reino de origen, por lo que aquella petición supuso la liberación del reino...
-¿Cómo sabíais la respuesta? Preguntó Mereador a Sarcano.
-Mi madre solía contarme la historia del acertijo de las uvas cada noche para dormir, respondió Sarcano...
-Entonces...¿Aquel hobbit más alto de lo normal era el bastardo que protegía Quel-Sarak? Dijo Brand.
-¿Y la doncella de la corte era una doncella hobbit? Dijo Edd.
- El legítimo sucesor del reino tras la muerte de su padre...Dijo Mereador.
Los cuatro hobbits se giraron mirando a Sarcano que se había descalzado de sus botas dejando al descubierto dos enormes y peludos pies hobbits.
-¿Y tú eres...? Preguntó Pitt Botaverde.
-Sólo alguien que sabía el final de la historia, respondió Sarcano.
HYAKINTHOS
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