martes, 22 de marzo de 2016

Uñas de Gato

    

Relato corto


    Eran poco más de las seis de la mañana del martes santo cuando Ricardo subió al autobús rumbo al aeropuerto. Aquel año había decidido cambiar el cirio y el capirote por el kilt escocés. Su dura penitencia sería abandonar Sevilla en Semana Santa, pero la visita a su amigo Fran, exiliado por incompetentes globalizados, y una túnica despintada eran causas más que suficientes para emprender el viaje.

    De Sevilla a Edimburgo pasando por Londres en algo más de cuatro horas y comenzarían las vacaciones.

    Poco después del despegue, mientras sonaban mensajes en inglés desde la cabina, Ricardo cayó dormido. Era una de las ventajas de viajar a esas horas. Al llegar al aeropuerto de Gatwick apenas tuvo tiempo para tomar un coffee antes de volver a embarcar. Durante la segunda parte del viaje permaneció despierto, mirando por la ventanilla e imaginando en cada momento qué zona del mapa estaba sobrevolando. 

    Al llegar a Edimburgo, y tras recoger el equipaje, siguió las indicaciones hasta llegar a la parada del bus. 

    -“Niebla, gente en mangas de camisa cuando yo necesito abrigo, un autobús azul de dos plantas que circula por la derecha, pagar en libras…empieza a gustarme Escocia”.

    Tras soltar la maleta en el hotel y conectarse al wifi, por fin pudo escribirle a Fran.

    -Ya estoy en el hotel (compartir ubicación).



    -Estoy en el bar que hay junto a la recepción, no te vi subir.



   Ricardo cogió el ascensor. Al llegar a la planta baja vio a Fran junto a la puerta principal.


    -¡Hombre, “Ser Fran”, qué tal!

    -¡Qué pasa Riki!

    -Te veo más delgado.

    -Eso es de la cuestas de Edimburgo. Tú estás más gordo. Jajaja…

   -Son las torrijas, en cuanto llegue mayo me apunto al gimnasio. Te traje el paquete que me dieron tus padres.

   -Muchas gracias. ¿Estás listo para empezar la ruta?

    -Of course.

   El hotel estaba situado en una zona céntrica. Apenas tardaron cinco minutos en llegar a la Royal Mile, la Calle principal de la ciudad que une la milla (en realidad algo más de una milla) que separa el Castillo de Edimburgo de Holyrood Palace, la residencia de reyes y reinas de Escocia desde el siglo XV.

  El sonido de la gaita y la uniforme estética medieval de Edimburgo con edificaciones, pavimentos y callejones de piedra grisácea convierte al inmigrante en protagonista de su particular cruzada. 

    -¿Cómo estás? ¿Cómo se vive por aquí?

   -Bien, no me quejo. Lo peor es el viento. En el trabajo estoy bien, pero la hostelería tiene horarios muy sacrificados. La semana que viene tengo una entrevista para trabajar en una guardería. 

   -¿Y con los compañeros de piso qué tal?

  -Bien, comparto piso con un español y dos polacos. Puede que la semana que viene venga una chica de Grecia. No es fácil encontrar piso.

    Mientras caminaban y apenas a doscientos metros del palacio, se levantó frente a ellos Arthur’s Seat, el pico principal de las colinas cercanas a Holyrood Palace, trono digno del mismísimo Rey Arturo.

  Tras comer junto a la caja fuerte de un antiguo banco transformado en restaurante, tomaron un té en la cafetería Elephant House, lugar de inspiración de J.K. Rowling y se dirigieron al piso de Fran.

    Al pasar al salón, uno de sus compañeros de piso, que era polaco, estaba sentado en el sofá con el ordenador.

   -Ricardo, él es Norbert.

 -Hola, no hablo mucho español… pero entiendo, dijo algo titubeante.

  -Trabaja en el cementerio, aquí los cementerios son utilizados como parques. La gente los visita, incluso hace picnics en ellos.

   -Ah, muy bien dijo Ricardo pensado “qué horror trabajar en el cementerio”. 

    Fran cogió algo de dinero y se cambió de abrigo.

  -Nos vemos esta noche Norbert, vamos a seguir con la ruta, tomarse un whisky es obligatorio.

   Ambos salieron del piso y se dirigieron a The Last Drop (el último trago), taberna en la que en épocas pasadas los sentenciados a muerte bebían por última vez.

  -Oye, ¿le has dicho a Norbert que lo veíamos luego? ¿No trabajaba?

   -Sí, daremos una vuelta por el cementerio ¿Sabías que Edimburgo es la ciudad del mundo con más fenómenos paranormales?

   -Bah, no creo en esas cosas… aunque los fantasmas y los perros cuanto más lejos mejor. 

  Cuando entraron al pub pidieron dos whiskies de destilación casera que fueron servidos con un medidor como si de oro líquido se tratase.

    -¿Un dedal de whisky? ¿Así? ¿Sin más hielo y sin más nada?

    -Así, no te lo bebas todo de una vez.

    -El día que prueben a ponerle hielo y echarle coca cola verás…

    -Eso aquí es sacrilegio.

  Mientras bebían en la barra, Ricardo vio un panfleto que publicitaba una exposición llamada “El museo de la tortura”. En él una imagen de un instrumento de tortura con forma de garra le llamó la atención “Cat´s Pow” (Uñas de gato)”…se utilizaba para arañar y desgarrar el pecho del prisionero…” ¡Cuántas barbaridades se han hecho en la historia, quién querría ir a visitar algo así!

   Tras picar algo y tomar un segundo dedal, ambos salieron de la taberna.

   -Espero que el whisky te haya dado valor, vamos al cementerio.

    -No vas a asustarme.

   -¿Sabías que muchos de los nombres de los personajes de Harry Potter están sacados de las lápidas del cementerio de Grey Friars?

   Cuando entraron en el cementerio, Ricardo vio cómo grupos de amigos hablaban sobre el césped, las parejas paseaban, las lápidas eran historiadas, casi de película…

   Pasados unos instantes aquel cementerio-parque en medio de la ciudad incluso parecía normal.

   Tras recorrer la arteria principal, se dirigieron a una de las puertas donde estaba Norbet junto a dos japoneses. 

   -Ya cerramos y os enseño.

   -¿Nos vamos?, preguntó Ricardo.

   -Espera, él nos va a hacer una ruta.

   En el cementerio existen zonas cerradas al público ya que se habían producido fenómenos extraños en los que algunas personas resultaron heridas. Norbert, que hacía “el favor” a sus compañeros de cerrar él las puertas, sacaba un sobresueldo con visitas selectas fuera de horario. 

   Cuando Ricardo se enteró de la historia ya era demasiado tarde para volver atrás, estaba con Fran, Norbert y los dos japoneses en la zona prohibida del cementerio. Los carteles que advertían de que no se podía pasar colgaban de la cancela que habían dejado atrás hacía rato.

    La pareja de japoneses parecía estar documentada y buscaba una tumba en concreto. Tras indagar e indagar encontraron lo que buscaban “Elliot Scott”. La mujer le preguntó a Norbert si podían entrar en una especie de panteón, cosa que a él no pareció importarle.

   Ricardo entendió frases sueltas que la mujer articulaba en un inglés de extraña pronunciación. Era la tumba de un torturador, y en ella se producían fenómenos extraños.

    La pareja se adentró en la sala por la que se accedía a la tumba. Ricardo y Fran se miraron.

    -¿Entramos?

    -Yo que podía estar ahora mismo en Sevilla de nazareno en los “Estudiantes”, quién me mandaría a mí…

    Pero a pesar del respeto inicial, en un arrebato de valentía digno de William Wallace, Ricardo dijo “Venga”.

    Estaban allí dentro, en el peor de los sitios de la zona prohibida del cementerio, pero Ricardo abordó la situación desde la racionalidad. “No existen los fantasmas” se repetía a sí mismo. 

    De pronto la mujer sufrió un desvanecimiento. Su compañero la sujetó mientras gritaba nervioso “es el torturador Scott, es el torturador Scott”.

    En mitad de tal escena, Fran se quedó paralizado sin saber cómo actuar.

   - Shhh, silencio, silencio. Aquí no hay nadie, no hay ningún torturador, dijo Ricardo intentando poner calma ¡No hay nadie, todos fuera! 

    Los cuatro salieron al exterior donde, poco a poco, la mujer fue recuperando la consciencia.

    -¿Qué pasó?, preguntó Norbet.

    “El poder de la sugestión”, pensó Ricardo.

   Tras aquel incidente, la visita terminó de forma precipitada. Norbert dio de beber a la mujer y todos salieron del cementerio.

    -Bueno, por hoy ya ha sido bastante.

    -Sí, he sobrevivido a mi primer día en Escocia.

    -Descansa que mañana hacemos la ruta de los castillos, salimos a las ocho y media.

    -Bien. Hasta mañana.

    Después del intenso día, Ricardo llegó a la habitación del hotel. Agotado y aún con la imagen de lo ocurrido en el cementerio en la mente, sacó el pijama de la maleta. Puso la tele y entró al baño. Cuando se desvistió vio que cuatro arañazos le cruzaban el pecho.

    Jacinto Martín Ruiz




Relato corto 

No hay comentarios:

Publicar un comentario