jueves, 31 de diciembre de 2015

Irrespetuosamente Libre


Relato corto


            La vida nos llena de obligaciones desde muy temprano. Sin tener aún consciencia comienzas a madrugar, comienzan a despertarte a deshoras, para ir a la guardería. “Le viene bien porque así aprende a relacionarse con los demás”. Lo malo es que “con suerte” no dejarás de madrugar en muchos años, clase tras clase, aula tras aula, examen tras examen, jornada tras jornada, semana tras semana… Pero las obligaciones no quedan ahí, van sumando y sumando, facturas, seguros, alquileres, hipotecas, cinco días trabajando y dos descansando… ¿A quién se le ocurrió esto? A pesar de eso, como si de un fallo de software se tratara, a veces esa cascada interminable de responsabilidades se quiebra.

         El comienzo del mes de junio hacía que el final de curso pareciese cercano. Aquella mañana de viernes Amador se despertó pasadas las diez. Tenía clase a las doce en el instituto de una pequeña localidad de la sierra granadina que aquel año tuvo “la suerte” de ser el destino de tan singular profesor interino de música. Solía tardar apenas veinte minutos por carretera en llegar al Centro, pero hoy no era el día. Al despertarse, y aún sin levantarse de la cama, decidió que no tenía ganas de ir, y con la naturalidad del que hace lo correcto, incluso sintiéndose víctima porque alguien pudiera obligarle  a hacer algo sin ganas, los impulsos de su cabeza se pusieron en funcionamiento teniendo claro que hoy no habría clase.

         Amador se levantó, la luz iluminaba el hábitat que había creado en el pequeño piso alquilado que debía dejar en pocos días. Era un dormitorio-salón-comedor-cocina, todo en uno, eso sí con baño aparte, la máxima expresión de cómo convertir la incompetencia política española en minimalismo y vanguardismo en materia de vivienda. Los platos sucios rebosaban en el fregadero, era absurdo fregar todos los días pudiendo hacerlo sólo un día al mes. La ropa se amontonaba en uno de los sillones, el polvo se acumulaba encima de una pequeña tele y los restos de la pizza que cenó la noche anterior aún estaban en la mesa. Abriéndose paso entre la espesura, Amador llegó al baño. Después de ducharse comenzó a arreglarse delante del espejo. En esta vida hay que empezar por quererse uno mismo, y él cumplía sobradamente este requisito, era el juez más benévolo de su particular concurso de belleza. A su complexión atlética descuidada, a su porte de galán que empieza su ocaso y a sus imparables canas les daba la máxima puntuación convirtiéndose en un hombre seguro dentro de su mundo.

            Al salir a la calle encendió los teléfonos móviles, tenía dos, cada uno de una compañía. Uno de ellos con la pantalla rota y el otro sin cargador desde hacía un par de días. Por eso, mientras se dirigía a la cafetería de la esquina, una idea se fijó en su cabeza, tenía que comprarle un cargador al móvil. Iría al centro de la ciudad y de camino pasaría por el centro médico para justificar la enésima falta del curso.

          Una vez dentro de la cafetería, se dirigió a la barra, cogió el periódico y empezó a ojearlo, esperando el tiempo justo para que el dueño en vez de atenderle a él se dirigiera a otro cliente y así poder pedirle a la camarera:

-                Hola, buenos días, ponme un café con leche y media tostada de tomate.
-                     ¿Quiere la leche caliente o templada?
-                     Caliente.
                 Mientras le servía, observó que la camarera tenía un colgante de un indalo en el cuello. Sin pensarlo un instante, como si se tratase de un acto reflejo, le preguntó:
-                ¿Eres de Aguadulce?
-                La camarera sorprendida por la inesperada pregunta dijo: “no”.
-            Ah, yo es que estuve dos años dando clase allí, y tienes los rasgos de la cara de las mujeres de Aguadulce, eres muy guapa.
      Ella sonrió con un gesto de incredulidad. Estaba trabajando, no era el momento. Giró la cabeza y siguió atendiendo a los clientes que estaban en la otra esquina de la barra.

           A pesar de ello, cuando la camarera se acercó a servirle, Amador insistió una vez más.

-                     ¿Eres piscis?
-                     No, géminis.
-                     Lo sabía, piscis o géminis.
             Aquel comentario provocó la carcajada de uno de los clientes que estaba junto a él en la barra.
         Amador desayunó con rapidez, tenía hambre, y se olvidó de la camarera al instante, había girado la veleta. Hizo una llamada con el móvil que no halló respuesta, pagó y se fue. Ella lo observó mientras salía del local pensando que debía haberle dicho que era de Almería capital, incluso se sintió algo molesta ya que él no volvió a prestarle atención ni se despidió al salir. La indiferencia suele ser el peor de los insultos y nunca somos conscientes de los déficits de cariño de las personas que nos rodean.

            Tras salir de la cafetería se dirigió hacia el coche, un Golf al que le costó pasar la última ITV. Su interior lo convertía en un bazar con ruedas. Era impredecible lo que se podía encontrar en él: cintas de casete, revistas de parapsicología, un hacha de madera, desodorante, exámenes del primer trimestre, una camiseta, zapatos para que ningún portero de discoteca le pudiera estropear la noche, comics, gomina, un balón de fútbol, una batuta… y todo tan desordenado como la cabeza de su dueño.

            Aparcó en el centro de la ciudad, en una pequeña calle en la que un pivote con forma de granada, que la torpeza de algún conductor convirtió en móvil, le tenía reservado su aparcamiento personal desde hacía varios meses. Al llegar al centro médico dudó por un instante si alegaría la calcificación del dedo del pie que ya le había servido en otras ocasiones, si sería un resfriado, poco creíble en el mes de junio, o si sería mejor alegar un ataque de alergia. Finalmente se decantó por la última opción. Al entrar en la consulta, un MIR de tercer año, descubrió enseguida la naturaleza de la enfermedad, se trataba de un caradura que quería justificar una falta al trabajo. Representaba todo lo que él no quería encontrarse al ejercer la medicina, no había tenido seis años de sacrificio y preparación para algo así. Pero desgraciadamente en la vida hay personas que se adaptan al mundo y personas a las que hay que adaptarse. Sin apenas dejar que Amador terminara de intentar justificar lo injustificable, le recetó un antihistamínico y con desprecio y “granaína malafollá” le dijo “una al día”.

           Justificante médico en mano, “el enfermo” salió a la calle y al mirar el reloj se dio cuenta de que justo a la hora a la que debía empezar su clase había conseguido la justificación de la falta. Se sonrió y puso rumbo a la tienda de teléfonos para comprar el cargador. Estando de camino recordó que necesitaba sacar dinero, y que la tarjeta de crédito llevaba diez días caducada por lo que cambió sus planes y se dirigió al banco. A mitad de su nuevo destino recibió un whatsapp en el móvil que tenía la pantalla rota, era de Nuria su “novia oficial”, una estudiante de cuarto de derecho quince años más joven que él,  con la que mantenía una relación de amor-odio desde hacía tres años, “stoy studian2 n l bbliotk, mñn tngo exmn, sta noch no salg, lueg hablams.bs”. Para Amador nunca fue incompatible tener una relación y salir de fiesta sin limitaciones, pero el mensaje le abrió un nuevo horizonte.

       Con la idea de que aquella noche cerraría alguna discoteca, aceleró el paso para llegar al banco. Al entrar vio una enorme cola de personas esperando para la caja, preguntó en una de las mesas por su tarjeta nueva, pero debía recogerla en la sucursal en la que abrió la cuenta. Entonces adelantó con total normalidad a la gente que hacía cola pacientemente, que le echaba miradas asesinas conforme era superada. Incluso alguna señora mayor gritó en voz alta -hay una cola, que llevamos “muncho” tiempo esperando-, pero no hay persona más sorda que la que no quiere escuchar. Conforme avanzaba se iba dando cuenta de la belleza de la trabajadora que estaba atendiendo en la caja. Aprovechando la timidez del chico que estaba en el primer lugar de la cola, al que dijo “sólo es para hacer una pregunta”, se situó en el primer lugar y expuso su caso:

-                    Hola, he estado hablando con tu compañero de la mesa, y me ha dicho que para recoger la tarjeta nueva tengo que ir a la sucursal en la que abrí la cuenta. Pero necesito sacar dinero ya.
-                     Dame tu DNI.
    Amador no dejaba de observar a la chica, parecía que estuviera escaneándola.
-                     ¿Cuánto dinero quiere sacar?
-                     Cien euros, esta noche a lo mejor voy a Málaga, se pone muy bien.
-                     Aquí tiene.
            Cogió el dinero y salió a la calle tras el intento fallido de tener alguna conversación interesante con la trabajadora del banco. Pero un “caballero” nunca se rinde, antes morir que perder la vida, volvió a entrar en el banco, volvió a adelantar con toda naturalidad a la cola de personas, volvió a recibir las mismas miradas asesinas, volvió a escuchar los improperios de la señora mayor –“¡Qué vergüenza!”- y volvió a engañar a la persona que estaba en el primer lugar de la cola. Entonces le enseñó el móvil a su “objetivo”. En él había escrito “Eres muy guapa, quieres tomarte un café esta tarde?  Escribe tu número. Amador”. “Estoy trabajando” respondió ella avergonzada, él insistió en su proposición con la mirada, y ella finalmente escribió su número en el teléfono.

            Esta vez sí, Amador salió a la calle con la sonrisa de un niño de quince años, con la autoestima aún más alta y la satisfacción del objetivo conseguido.

             De repente el incansable galán sintió hambre, además era viernes, la idea de irse de tapas desplazó al cargador del móvil, al menos por un rato, y entonces llamó a su amigo Ernesto.
-                     ¡Hey Ernesto! ¿Qué pasa? ¿Cómo te va?
-                     ¿Qué pasa loco? ¿Dónde andas?
-                  Pues estoy al lado de tu casa, bájate y nos tomamos unas tapas.
-                     Anda que avisas con tiempo, jejeje. Ahora mismo no puedo, estoy estudiando.
-                     Ah, bueno no pasa nada, ya hablamos.
            A pesar del intento fallido de conseguir un Sancho Panza, la idea de comer algo no había variado. Al entrar en un bar cercano, se cruzó con un africano de mirada amable que  vendía música y películas “piratas” y se dirigió a él ofreciéndole la mercancía. Mientras Amador ojeaba los CDs. comenzaron a hablar.

-                     ¿De dónde eres?
-                     De Nigeria, amigo.
-                     ¿Cómo te llamas?
-                     Emmanuel.
-              Yo, Amador. El año pasado conocí a gente de Senegal cuando estaba en La Línea.
            Nos extraña e incluso nos sentimos superiores, con mayor formación o educación al escuchar que en América no conocen nada de Europa, cuando en Europa no sabemos nada de África. Aquello fue como decirle a un español que conoces a gente de Austria, pero Emmanuel sonrió.

              Amador siguió hablando con él mientras ojeaba las películas.
-                     ¿Cuánto tiempo llevas en España?
-                     Cuatro meses.
-                     Hablas muy bien español.
-                     ¿Estás aquí con más gente?
-                     Dos amigos más.
            A Amador en realidad no le gustó nada de lo que vio, y aunque el precio era un CD dos euros y tres cinco euros, le dio diez euros y cogió sin mirar una película. Y es que Amador era profesor interino de música, pero tenía plaza fija en humanidad. Emmanuel entendió el gesto y siguió su ruta agradeciéndole a Amador su compra con la mayor sinceridad.

             Tras el aperitivo Amador volvió a casa.

             Aquella noche después de citarse con dos amigos, su novia, una vecina y la cajera del banco, Amador se quedó dormido en la mesa camilla mientras veía en la tele “Rebelde sin causa”, no tenía ganas de salir ¡aeh!

    Jacinto Martín Ruiz






Relato corto

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