La vida nos llena de obligaciones
desde muy temprano. Sin tener aún consciencia comienzas a madrugar, comienzan a
despertarte a deshoras, para ir a la guardería. “Le viene bien porque así
aprende a relacionarse con los demás”. Lo malo es que “con suerte” no dejarás
de madrugar en muchos años, clase tras clase, aula tras aula, examen tras
examen, jornada tras jornada, semana tras semana… Pero las obligaciones no
quedan ahí, van sumando y sumando, facturas, seguros, alquileres, hipotecas,
cinco días trabajando y dos descansando… ¿A quién se le ocurrió esto? A pesar
de eso, como si de un fallo de software se tratara, a veces esa cascada
interminable de responsabilidades se quiebra.
El
comienzo del mes de junio hacía que el final de curso pareciese cercano.
Aquella mañana de viernes Amador se despertó pasadas las diez. Tenía clase a
las doce en el instituto de una pequeña localidad de la sierra granadina que
aquel año tuvo “la suerte” de ser el destino de tan singular profesor interino
de música. Solía tardar apenas veinte minutos por carretera en llegar al
Centro, pero hoy no era el día. Al despertarse, y aún sin levantarse de la cama,
decidió que no tenía ganas de ir, y con la naturalidad del que hace lo
correcto, incluso sintiéndose víctima porque alguien pudiera obligarle a hacer algo sin ganas, los impulsos de su
cabeza se pusieron en funcionamiento teniendo claro que hoy no habría clase.
Amador
se levantó, la luz iluminaba el hábitat que había creado en el pequeño piso
alquilado que debía dejar en pocos días. Era un
dormitorio-salón-comedor-cocina, todo en uno, eso sí con baño aparte, la máxima
expresión de cómo convertir la incompetencia política española en minimalismo y
vanguardismo en materia de vivienda. Los platos sucios rebosaban en el
fregadero, era absurdo fregar todos los días pudiendo hacerlo sólo un día al
mes. La ropa se amontonaba en uno de los sillones, el polvo se acumulaba encima
de una pequeña tele y los restos de la pizza que cenó la noche anterior aún
estaban en la mesa. Abriéndose paso entre la espesura, Amador llegó al baño.
Después de ducharse comenzó a arreglarse delante del espejo. En esta vida hay
que empezar por quererse uno mismo, y él cumplía sobradamente este requisito,
era el juez más benévolo de su particular concurso de belleza. A su complexión
atlética descuidada, a su porte de galán que empieza su ocaso y a sus
imparables canas les daba la máxima puntuación convirtiéndose en un hombre
seguro dentro de su mundo.
Al salir a la calle
encendió los teléfonos móviles, tenía dos, cada uno de una compañía. Uno de
ellos con la pantalla rota y el otro sin cargador desde hacía un par de días. Por
eso, mientras se dirigía a la cafetería de la esquina, una idea se fijó en su
cabeza, tenía que comprarle un cargador al móvil. Iría al centro de la ciudad y
de camino pasaría por el centro médico para justificar la enésima falta del
curso.
Una vez dentro de la cafetería, se dirigió a
la barra, cogió el periódico y empezó a ojearlo, esperando el tiempo justo para
que el dueño en vez de atenderle a él se dirigiera a otro cliente y así poder
pedirle a la camarera:
- Hola, buenos días, ponme un café con
leche y media tostada de tomate.
-
¿Quiere la leche caliente o templada?
-
Caliente.
Mientras le servía,
observó que la camarera tenía un colgante de un indalo en el cuello. Sin
pensarlo un instante, como si se tratase de un acto reflejo, le preguntó:
- ¿Eres de Aguadulce?
- La camarera sorprendida por la
inesperada pregunta dijo: “no”.
- Ah, yo es que estuve dos años dando
clase allí, y tienes los rasgos de la cara de las mujeres de Aguadulce, eres
muy guapa.
Ella
sonrió con un gesto de incredulidad. Estaba trabajando, no era el momento. Giró
la cabeza y siguió atendiendo a los clientes que estaban en la otra esquina de
la barra.
A pesar de ello, cuando
la camarera se acercó a servirle, Amador insistió una vez más.
-
¿Eres piscis?
-
No, géminis.
-
Lo sabía, piscis o géminis.
Aquel
comentario provocó la carcajada de uno de los clientes que estaba junto a él en
la barra.
Amador
desayunó con rapidez, tenía hambre, y se olvidó de la camarera al instante,
había girado la veleta. Hizo una llamada con el móvil que no halló respuesta,
pagó y se fue. Ella lo observó mientras salía del local pensando que debía
haberle dicho que era de Almería capital, incluso se sintió algo molesta ya que
él no volvió a prestarle atención ni se despidió al salir. La indiferencia
suele ser el peor de los insultos y nunca somos conscientes de los déficits de
cariño de las personas que nos rodean.
Tras
salir de la cafetería se dirigió hacia el coche, un Golf al que le costó pasar
la última ITV. Su interior lo convertía en un bazar con ruedas. Era impredecible
lo que se podía encontrar en él: cintas de casete, revistas de parapsicología,
un hacha de madera, desodorante, exámenes del primer trimestre, una camiseta,
zapatos para que ningún portero de discoteca le pudiera estropear la noche,
comics, gomina, un balón de fútbol, una batuta… y todo tan desordenado como la
cabeza de su dueño.
Aparcó
en el centro de la ciudad, en una pequeña calle en la que un pivote con forma
de granada, que la torpeza de algún conductor convirtió en móvil, le tenía reservado
su aparcamiento personal desde hacía varios meses. Al llegar al centro médico
dudó por un instante si alegaría la calcificación del dedo del pie que ya le
había servido en otras ocasiones, si sería un resfriado, poco creíble en el mes
de junio, o si sería mejor alegar un ataque de alergia. Finalmente se decantó
por la última opción. Al entrar en la consulta, un MIR de tercer año, descubrió
enseguida la naturaleza de la enfermedad, se trataba de un caradura que quería
justificar una falta al trabajo. Representaba todo lo que él no quería
encontrarse al ejercer la medicina, no había tenido seis años de sacrificio y
preparación para algo así. Pero desgraciadamente en la vida hay personas que se
adaptan al mundo y personas a las que hay que adaptarse. Sin apenas dejar que
Amador terminara de intentar justificar lo injustificable, le recetó un
antihistamínico y con desprecio y “granaína malafollá” le dijo “una al día”.
Justificante médico en mano, “el enfermo”
salió a la calle y al mirar el reloj se dio cuenta de que justo a la hora a la
que debía empezar su clase había conseguido la justificación de la falta. Se
sonrió y puso rumbo a la tienda de teléfonos para comprar el cargador. Estando
de camino recordó que necesitaba sacar dinero, y que la tarjeta de crédito
llevaba diez días caducada por lo que cambió sus planes y se dirigió al banco.
A mitad de su nuevo destino recibió un whatsapp en el móvil que tenía la
pantalla rota, era de Nuria su “novia oficial”, una estudiante de cuarto de
derecho quince años más joven que él,
con la que mantenía una relación de amor-odio desde hacía tres años,
“stoy studian2 n l bbliotk, mñn tngo exmn, sta noch no salg, lueg hablams.bs”.
Para Amador nunca fue incompatible tener una relación y salir de fiesta sin
limitaciones, pero el mensaje le abrió un nuevo horizonte.
Con
la idea de que aquella noche cerraría alguna discoteca, aceleró el paso para
llegar al banco. Al entrar vio una enorme cola de personas esperando para la
caja, preguntó en una de las mesas por su tarjeta nueva, pero debía recogerla
en la sucursal en la que abrió la cuenta. Entonces adelantó con total
normalidad a la gente que hacía cola pacientemente, que le echaba miradas
asesinas conforme era superada. Incluso alguna señora mayor gritó en voz alta
-hay una cola, que llevamos “muncho” tiempo esperando-, pero no hay persona más
sorda que la que no quiere escuchar. Conforme avanzaba se iba dando cuenta de
la belleza de la trabajadora que estaba atendiendo en la caja. Aprovechando la
timidez del chico que estaba en el primer lugar de la cola, al que dijo “sólo
es para hacer una pregunta”, se situó en el primer lugar y expuso su caso:
- Hola, he estado hablando con tu
compañero de la mesa, y me ha dicho que para recoger la tarjeta nueva tengo que
ir a la sucursal en la que abrí la cuenta. Pero necesito sacar dinero ya.
-
Dame tu DNI.
Amador no dejaba de observar a la chica,
parecía que estuviera escaneándola.
-
¿Cuánto dinero quiere sacar?
-
Cien euros, esta noche a lo mejor voy a
Málaga, se pone muy bien.
-
Aquí tiene.
Cogió
el dinero y salió a la calle tras el intento fallido de tener alguna
conversación interesante con la trabajadora del banco. Pero un “caballero”
nunca se rinde, antes morir que perder la vida, volvió a entrar en el banco,
volvió a adelantar con toda naturalidad a la cola de personas, volvió a recibir
las mismas miradas asesinas, volvió a escuchar los improperios de la señora
mayor –“¡Qué vergüenza!”- y volvió a engañar a la persona que estaba en el
primer lugar de la cola. Entonces le enseñó el móvil a su “objetivo”. En él
había escrito “Eres muy guapa, quieres tomarte un café esta tarde? Escribe tu número. Amador”. “Estoy trabajando”
respondió ella avergonzada, él insistió en su proposición con la mirada, y ella
finalmente escribió su número en el teléfono.
Esta
vez sí, Amador salió a la calle con la sonrisa de un niño de quince años, con
la autoestima aún más alta y la satisfacción del objetivo conseguido.
De repente el incansable galán sintió hambre,
además era viernes, la idea de irse de tapas desplazó al cargador del móvil, al
menos por un rato, y entonces llamó a su amigo Ernesto.
-
¡Hey Ernesto! ¿Qué pasa? ¿Cómo te va?
-
¿Qué pasa loco? ¿Dónde andas?
- Pues
estoy al lado de tu casa, bájate y nos tomamos unas tapas.
-
Anda que avisas con tiempo, jejeje. Ahora
mismo no puedo, estoy estudiando.
-
Ah, bueno no pasa nada, ya hablamos.
A
pesar del intento fallido de conseguir un Sancho Panza, la idea de comer algo
no había variado. Al entrar en un bar cercano, se cruzó con un africano de
mirada amable que vendía música y
películas “piratas” y se dirigió a él ofreciéndole la mercancía. Mientras Amador
ojeaba los CDs. comenzaron a hablar.
-
¿De dónde eres?
-
De Nigeria, amigo.
-
¿Cómo te llamas?
-
Emmanuel.
- Yo, Amador. El año pasado conocí a gente
de Senegal cuando estaba en La Línea.
Nos
extraña e incluso nos sentimos superiores, con mayor formación o educación al
escuchar que en América no conocen nada de Europa, cuando en Europa no sabemos
nada de África. Aquello fue como decirle a un español que conoces a gente de
Austria, pero Emmanuel sonrió.
Amador siguió hablando con él mientras
ojeaba las películas.
-
¿Cuánto tiempo llevas en España?
-
Cuatro meses.
-
Hablas muy bien español.
-
¿Estás aquí con más gente?
-
Dos amigos más.
A
Amador en realidad no le gustó nada de lo que vio, y aunque el precio era un CD
dos euros y tres cinco euros, le dio diez euros y cogió sin mirar una película.
Y es que Amador era profesor interino de música, pero tenía plaza fija en
humanidad. Emmanuel entendió el gesto y siguió su ruta agradeciéndole a Amador
su compra con la mayor sinceridad.
Tras el aperitivo Amador
volvió a casa.
Aquella noche después de citarse con dos
amigos, su novia, una vecina y la cajera del banco, Amador se quedó dormido en
la mesa camilla mientras veía en la tele “Rebelde sin causa”, no tenía ganas de
salir ¡aeh!
Jacinto Martín Ruiz
Jacinto Martín Ruiz
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